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Pobre país el nuestro

Lo que está pasando en este país con la formación de gobierno es delirante y perverso. Por un lado, tenemos a Esquerra Republicana que, sabedores del valor de sus votos para la investidura de Sánchez, está pidiendo que el Gobierno en funciones se salte la ley, la Constitución y ocho metros de altura con pértiga. Y, por otro, tenemos a Casado y a Arrimadas que, en lugar de arrimar el hombro, andan por las esquinas anunciando la apocalipsis si Sánchez llegara a pactar con ciertos partidos periféricos. Pero, en este asunto, la maldad de Casado y Arrimadas es doblemente perversa. Por un lado, arremeten contra Sánchez por intentar la gobernabilidad con dichos partidos, pero, por otro, teniendo en sus manos la posibilidad de facilitar la investidura absteniéndose y así evitar los pactos que detestan, prefieren seguir poniendo zancadillas a la gobernabilidad de este país.

Pobre país el nuestro. Pobres ciudadanos que, sin entender muy bien por qué, hemos puesto nuestro destino en manos de ineptos e irresponsables; en manos de unos grupos tribales que, en lugar de consensuar y gobernar, se dedican a guerrear entre sí para tener el estúpido placer de odiarse y destruirse unos a otros.

Lo de Sánchez es increíble

Uno puede acercarse al término increíble desde su primera acepción: «Que parece mentira o es imposible o muy difícil de creer»; o desde su segunda: «Que causa gran admiración o sorpresa». En cualquiera de los dos casos la credibilidad de lo que describe el adjetivo, se ve inicial o finalmente comprometida. Una vez que Pedro Sánchez sea investido como presidente del Gobierno con el apoyo de populistas, comunistas, nacionalistas e independentistas, se entregará a una tarea que según la descrita segunda acepción puede causar admiración o sorpresa. Pues dure lo que dure la legislatura, se ha comprometido a que los más ricos se arrodillen ante el IRPF, a que los pobres lo sean menos, a que las pensiones se eleven en unos cuantos euros, a derogar parte de la reforma laboral y la Ley Mordaza al completo, a regular los alquileres al alza, a que lo público evite lo concertado, a «adecuar la estructura del Estado» para aclararle a Zapatero el término discutido y discutible de nación, a que Teruel exista, a que el Govern le tutee o incluso le subestime, y a explorar soluciones para la libertad de Junqueras o el referéndum catalán. Con la energía que puede dar el verse acompañado por un vicepresidente que grita «sí se puede» o con las bocas que llena el concepto de «progresista» todo parece posible, pero lo mismo —si su objetivo sólo era ser investido— finaliza su mandato acercándose a la primera acepción.