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Nunca se arrepentirá suficientemente Pedro Sánchez de no haber cerrado el pasado verano la negociación con Unidas Podemos, que se fue al traste por un quítame allá no se qué competencia. Con todo el insomnio que le produjera tener que nombrar ministros de la confianza de Pablo Iglesias, su coste político hubiera sido ínfimo al lado del que ha tenido que asumir para afrontar su investidura tras la diabólica aritmética parlamentaria resultante de las elecciones de noviembre.

Posiblemente, no nos engañemos, con tal aritmética las únicas opciones sobre la mesa eran esta especie de triple salto mortal con tirabuzón de su investidura condicionada a una mesa de negociación con el independentismo catalán, o la convocatoria de unas terceras elecciones que hubieran llevado al límite el hartazgo de la ciudadanía. Aunque en su común discurso apocalíptico, el antiguo trío de Colón ha mezclado ambos ingredientes -la presencia de «los comunistas» en el gobierno y el presunto entreguismo a la estrategia separatista- se trata de cuestiones diferentes.

Podrá levantar ronchas entre un amplio sector del electorado -las mismas que levantaría una alianza de signo contrario en el sector opuesto- pero la coalición formada por PSOE y Unidos Podemos es plenamente legítima y constitucional. Y su programa de gobierno se corresponde sustancialmente con el modelo socialdemócrata defensor del Estado de Bienestar y la redistribución social. Por ese lado su mayor problema será el de poder adaptar sus cuentas a los corsés presupuestarios de Bruselas.

El riesgo incontrolable es que su estabilidad dependa de la negociación comprometida con el gobierno de Cataluña, que, dentro del actual marco constitucional, tiene su limite en una eventual reforma del Estatut que conllevaría esa consulta popular a la que se refiere el parco acuerdo dado a conocer. Pero nadie cree que el independentismo catalán se conforme a estas alturas con una simple reforma estatutaria, en cuyo caso el acuerdo fracasará en cuanto sus pretensiones se den de bruces con una Constitución intocable sin un consenso previo con el PP.

Se supone que antes de que esa negociación salte por los aires -y con ella la colaboración de ERC a la gobernabilidad- el nuevo gobierno intentará aprobar cuanto antes unos Presupuestos Generales del Estado, sin los cuales su programa social quedaría en agua de borrajas. Todo ello frente a un bloque de oposición en el que Vox marca la pauta al PP de Casado, que huye de ser visto como la «derechita cobarde», y Arrimadas es incapaz de desmarcarse de la deriva que condujo a C´s al desastre. Imposible aventurar cuanto puede durar un gobierno que nace en el filo de la navaja, pero, visto el actual grado de encanallamiento de la política española, el clima de crispación puede hacerse irrespirable.