La taponada
CORNADA DE LOBO | No se te ocurra señalar a tantos pueblos leoneses culpables de estas marimorenas desbordadas por haber ocupado sus sotos fluviales con negocio forestal, áreas recreativas, edificaciones o equipamiento público a falta de otro terreno comunal que seguramente se malvendió o permutó
Cuando los elementos piden vez y voz, súbete a un cerro o a un pino para estar más cerca de los dioses mientras rezas o te cagas patas abajo, porque si el agua, que es la vida (la única, no lo olvides), se viste de elemento desatado en furia milenaria, se hará muerte que rompe montes, devora carreteras o repta a todo lo ancho tronchando lo tieso con arrastres que sepultan la fechoría bajo largas pedreras que después lucen limpias y lavadas de toda responsabilidad, pues el agua está en su ley y en su camino, al que hoy por sistema le roban anchura o servidumbres de paso (y bien ancha y ciega queda la autoridá después).
Y así volvió tras el temporal otra riada de ira municipal y furia vecinal lanzando venablos y cagamentos a los confederados hidrográficos que, para colmo en este trance de escoceduras territoriales, tienen la sede de su omnipotencia hidráulica en Valladolid. A ellos les llueven ahora todas las culpas de los daños y rastros que dejó el desborde, desde la presa carbosilla al arrastre carbonero roblano, rutinario en el Bernesga los dos últimos siglos, ¡pobre río, cuánta carbonilla en su arena!
Así las cosas, si ahora no te cagas en la CHD no eres buen chicopatriota leonés. Tampoco se te ocurra señalar a tantos pueblos leoneses culpables de estas marimorenas desbordadas por haber ocupado sus sotos fluviales con negocio forestal, áreas recreativas, edificaciones o equipamiento público a falta de otro terreno comunal que seguramente se malvendió o permutó y así se plantaron por su fueros en esas «venas del dragón» clamando después contra Confederación si se inundan como lo hacen desde hace milenios cada equis años cuando baja la «taponada» de agua, que dice el ribereño, con ganas de salirse de madre y visitar corrales y plantíos o meterse en la cocina a catar potes, como los párrocos de antes en llegando la hora de comer.
El Órbigo, en Hospital, pasó esta vez por todos los ojos de su larguísimo puente -por algo lo hicieron largo- llamando okupa y ladrón a todo chopo, casa o chiringo que se coló en su soto.