Diario de León

La guerra interminable

CUARTO CRECIENTE | Cuiden las formas y el lenguaje, señores diputados que agitan estos días el fantasma del apocalipsis. O empezaremos a pensar que son ustedes los que siguen en el monte

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A Pablo Pérez Hidalgo le llamaban Manolo el Rubio y fue, según Jesús Torbado y Manu Leguineche, el último guerrillero antifranquista que vivió escondido en este país, incluso después de la muerte del dictador. Detenido en la localidad de Ronda el 9 de diciembre de 1976, con España a las puertas de recuperar la democracia después de cuarenta años de oscuridad, la historia de Manolo El Rubio aparece en el libro de Torbado y Leguineche Los topo s; «la Biblia de la memoria histórica», en palabras del escritor y compañero durante dos décadas en este periódico Emilio Gancedo, que se ha inspirado en aquella peripecia, sobre todo, para construir su primera novela.

En Brigada 22, Gancedo se imagina a un grupo de viejos combatientes republicanos —guerrilleros olvidados por la Historia— escondidos en las sierras de Levante que, en vísperas del golpe de Estado de Tejero, todavía no saben que Franco ha muerto. Que España ha cambiado. Que ha vuelto la democracia.

Es una fábula poderosa la que cuenta Brigada 22 . Un relato, explica Gancedo, que pretende coser una herida que aún sangra. Una herida mal cerrada durante la Transición. «Este parece ser el único país del mundo en el que las guerras no terminan jamás», le decía Emilio a un periodista de El Mundo hace unas semanas.

Y viendo lo que ha ocurrido estos días en el Congreso de los Diputados, con una sesión de investidura convertida en una suerte de vómito del enrarecido ambiente parlamentario que precedió al estallido de la Guerra Civil hace ochenta y cuatro años —un golpe de Estado, hay que recordarlo, aplaudido por quienes temían los cambios que iba a introducir el demonizado Frente Popular— parece que Emilio Gancedo tuviera razón; en España las guerras no terminan nunca.

Estuvimos todo el siglo XIX de armas; liberales, absolutistas, carlistas, isabelinos, todos a las greña. Empezamos el siglo XX con huelgas, pronunciamientos, una revolución fallida en Asturias (y León), y una guerra cruenta causada, repito, por un golpe de Estado contra la legalidad republicana. Una guerra que no ha terminado de cicatrizar. Así que menos bromas. Cuiden las formas y el lenguaje, señores diputados que agitan estos días el fantasma del apocalipsis. O empezaremos a pensar que son ustedes los que siguen el monte.

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