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Ahora que las mujeres se hacen afeitados láser y que los hombres se depilan el pubis, no sé muy bien por qué me ha dado por pensar no en los designios de nuestra civilización, que tendría cierta lógica, sino en los ilógicos animales que algunos acogen en sus casas ignoro si por afán de acompañamiento o con la intención de impresionar a las visitas con un número de circo. Arañas venenosas, serpientes gigantes, cosas así. Depredadores o simples mamíferos cuya visión entre las cuatro paredes de una casa como mínimo sorprenden a cualquiera que se sorprenda todavía con las rarezas humanas, aunque siga a Frank de la Jungla.

Para algunas personas, educadas en el antiguo régimen, los conejos y los cerdos, por vietnamitas que sean, todavía tienen rango de pitanza, no de mascota. Los animales indomables, o te los comes o te comen, es una ley natural. Con los domésticos hay más alternativas, pero en términos generales también terminan en la cazuela. Perros, gatos y canarios pertenecen a una categoría distinta, la de los animales humanizados, que dan compañía y se hacen merecedores a portar un nombre y a un entierro integral, salvo en algunos países orientales. Viven en nuestro hogar, comparten nuestros alimentos y ven las mismas series que nosotros. Hay quienes incluso les permiten dormir con ellos. Poner a una pitón en nuestra cama —no vale ni para un guiso, pero su piel está bastante cotizada— o a un hurón a jugar con los niños, que ignoro qué valor aplicado pueda tener, a mí me parece extraño incluso si no consideramos sus características proteínicas. Puede que precisamente eso, lo exótico, sea lo que valoran sus dueños. Entre llevar un tatuaje en el antebrazo y colocarse un mono en el hombro, los del antiguo régimen preferimos al mono, que tiene más iniciativas y es de quita y pon.

Según en qué condiciones, hasta un hámster girando en la rueda con los mofletes repletos de pipas puede, si no dar conversación, al menos ser un buen oyente. Y las aves parlantes, aunque sean algo repetitivas, son capaces de interpelar, mientras que las canoras amenizan. Los peces de colores tienden a la mudez pero alegran la vista. En la era digital, la soledad hace estragos y a las mascotas, aunque sean exóticas, todavía no han logrado sustituirlas con una aplicación. Se intentó con los tamagochis, pero, igual que los bares, son inmunes por ahora a la suplantación digital.

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