Diario de León

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Cordero del Campillo había hecho pública la voluntad de que cuando muriese su cerebro fuera donado a la ciencia, y así ha sido. Por supuesto, no lo hizo porque considerara que habrían de hallar más luces que en los del resto, sino porque, como científico, deseaba que el deterioro que pudiese observarse en el mismo, mucho o poco, sirviera para el estudio de enfermedades. Un acto más de su gran generosidad. La donación la hizo en 2014 y nos la contó Carmen Tapia, en una noticia que buscaba concienciar. En don Miguel las luces de la razón y las del corazón brillaron a la par. No sé si lo dicho será observable en el microscopio, pero quienes tuvieron la suerte de tratarle veían tales destellos y se sintieron guiados por ellos. Se le quería mucho y se le seguirá queriendo. Por ser quién era y por cómo era. Rigor sin inflexibilidad, ciencia con ética, amabilidad que no se quedaba en las buenas formas, rectitud… en fin, razón y corazón. Por ello, no me extrañaría que cuando su cerebro sea estudiado, además de ancianidad hallarán también eterna juventud: abundantes neuronas de optimismo innato, de humor y ternura que el paso del tiempo no pudo destruir… Y es que don Miguel fue bueno, otra manifestación de su gran inteligencia. La bondad es la cátedra más difícil, porque hay que ganarla cada día, en los días soleados y en los lluviosos…Y en esto, también fue doctor honoris causa. Hace muchos años, coincidí con él y los suyos en un restaurante, orgulloso me presentó a un nietín fascinado por los dinosaurios, se los sabía todos. Pude saludarle en el tanatorio, ahora ya un joven con barba, y le mencioné aquel encuentro. Llevaba colgado un simpático animal prehistórico. Una familia con razón y corazón.

Existe una jerarquía del espíritu, aunque nadie pueda decir de sí mismo cuáles son sus galones, si es que los tiene. Don Miguel estaba en el Estado Mayor. Tenía autoritas.

Ojalá su cerebro sirva para exclamar un eureka sobre las enfermedades propias de la ancianidad. Un gran eureka que contribuya a restar sufrimientos, como a él le habría gustado. Allí donde ahora está, San Francisco y Quirón acaban de presentarle a Félix Gordón Ordás. Otro ciclo comienza. Adiós, adiós… gracias por haberte conocido.

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