Cerrar

Creado:

Actualizado:

La damnatio memoriae condena u oculta la memoria, en la aplicación que pretendo, de quienes representan una identidad. Por recurrir a una novela, quede 1984, de George Orwell, aunque nunca sean iguales los momentos, si bien es cierto que no pocos advierten paralelismos entre el mundo de la novela y esta sociedad calificada como orwelliana.

Al margen del estado al que han conducido a esta sociedad provincial desde las instancias autonómicas, creo que mal diseñadas, el desdén y la arrogancia han creado una máquina artificial que intenta desdibujar cierta identidad cultural, y que, en el fondo, habría de representar un legítimo orgullo sin banderas. Intento de fino, pero torpe trabajo de filigrana para ocultarla. Incluso los conventus (publicus) vicinorum, léase concejos —muchos desaparecerán por razones demográficas, que necesitan más atención, esas sí—, una de las manifestaciones de la libertad y la democracia pura. El caudillo del águila bicéfala no pudo con ellos, y parece que ahora les molesta otra vez y quieren seguir su estela. ¿Podrían contarse tantas molestias como les produce esa posible lista de enumeraciones que pretenden amparar bajo un paraguas más amplio, pero irreal, por falso?

También entonces los humildes tenían capacidad para pleitear con los poderosos. Los poderosos son ahora los políticos. Los poderosos quieren mantener siempre el poder. Y una manera de conseguirlo es debilitar el poder de los demás. Hasta extremos insospechados, incluido, claro, el del pueblo cuyas decisiones se arrogan en cuestiones que no habían sometido al voto y las unas, y sobre las que ni siquiera habían pensado, apretando el botón que les indiquen. La desfachatez pone en riesgo cualquier sistema. Cualquiera decide por nosotros en este «país de los viceversas» y de «patriotismo de trapo», según expresiones de Unamuno. ¿Hasta dónde quieren limitar los partidos nuestros derechos constitucionales?

Para que se oigan más voces en este asunto de la autonomía leonesa hago una humilde propuesta. Que ocho o diez políticos de esta tierra —la fórmula numérica y temática tiene múltiples variantes— expongan sus razones en un foro público. Y que otros tantos componentes de la sociedad civil hagan lo propio, con espacio para preguntas. La controversia y el contraste siempre enriquecen, nunca se convierten en dogma. Los ciudadanos sabrán a qué atenerse, si los políticos no quieren convertirlos en invitados de piedra, una de sus tentaciones.