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La moda es un fenómeno mercantil. Los consumidores somos los espectadores imprescindibles de ese gran teatro. Y la pitanza de ambos: novedad y comercio. Así funciona el mundo desde que es mundo y a un remoto pitecántropo, superando su egoísmo natural, se le ocurrió ponerse a producir para alguien que no era él mismo y a prefigurar el capitalismo. Nosotros, que ya hemos visto succionadores de clítoris y bufandas anudadas como corbatas, a estas alturas, no vamos a asustarnos por nada que surja del laboratorio del diseño. Sabemos que la auténtica moda es la que no pasa de moda y que «clásico» es un adjetivo que algunas personas se adjudican a sí mismas por su holgazanería para ir de tiendas o al Corte Inglés, que es la madre de todas las tiendas, el paraíso para los que somos vagos de escaparate.

Con todo y así, pese a que el arriba firmante sea incapaz de diferenciar con solvencia lo que se lleva de lo anticuado, de vez en vez todavía hay novedades que pueden sorprenderle. Aunque sean a temporada pasada. Porque uno es más asiduo a mercadillos que a boutiques, para qué vamos a negarlo si a la vista está. En algunos de estos rastros he adquirido no solo libros viejos sino prendas de postín pretérito y hasta calzoncillos de nochevieja, aunque uno tenga ya menos fe en ellos que en la lotería del Niño. Y en esos baratillos, ya digo, hay lugar para la sorpresa incluso para los que somos inmunes a tendencias y vanguardias. Por más faldas de leprosería medieval o complementos inverosímiles que uno haya visto revivir a lo largo de su existencia, como aquel «penekini» o bañador masculino que era una coquilla por delante y un hilo en la raja de Nadal, siempre hay un nuevo resquicio para la estupefacción.

Desde el principio se intuía que la cosa podía extremarse, pero el tamaño de los rotos en los pantalones vaqueros se nos está yendo claramente de las manos. Lucir cacha depilada o pelos al viento, en climas como el nuestro, es un patrimonio más o menos veraniego. Y, aun así, con prevenciones meteorológicas. Pero ya se han visto por las calles que dan al centro prendas que tienen más agujero que tela. No es escándalo sino preocupación por esas criaturas —porque generalmente no pasan de adolescentes— y su salud. Hay modas para las que nuestro invierno no está hecho. Me parece.