De estos febreros azules de León
Hermosas batallas esas que pueden ganarse sin víctimas; la de febrero, el tiempo que resuelve inconvenientes y va a dejar en pie al invierno. Indemne, sin rasguños. Agarra la luz y huye del sol, el de los rayos incurables de los meses con erre en los que asienta mejor la cicuta que una retestera a la solana; toma la luz y corre, la luz que salva del reloj a las alondras y condena a los búhos, la luz que revoca las depresiones; la luz que corrige los trastornos. La candela que evitan los adictos. La luz de febrero pone en paz con dios y el orden circadiano, circa diem, cerca del día, que viene a ser lo mismo. Para eso está febrero. Para eso está. Para exponer la luz, que horada las retinas, arranca los motores, activa los cerebros, pone en circulación los neurotransmisores y otros agentes secretos del humor, las frustraciones y los precipicios que deja ver en la gran pantalla del estado de ánimo. Agarra la luz y descarta los destellos. La claridad del atardecer de los días crecederos, no el fulgor de la pantalla del móvil, artificial, que acomoda la percepción y confunde la realidad; la de los ojos cerrados con la luz encendida; la de la fosforescencia con el sueño apagado. Febrero aclara los conceptos con su faro, una cerilla en mitad de noche, que se apaga entre las uñas tras enseñar cuánta oscuridad queda alrededor. Volátil, tal que amante que olvida en la mitad de un te quiero. Si hay luz al final del túnel, aparte del brillo de unos ojos, inconfesable en esta columna, será la que alumbra febrero, con ese relato interminable de las tardes en las que empieza a contar una fábula sobre la primavera. El rocío de junio, el firmamento en Navidad, las ideas de Aristóteles, una carrera de Ferrari, los ojos de Joanne Woodward, los labios de Joanne Woodward, los besos de Joanne Woodward, la luna de nieve, el canto de los mirlos y un escaparate de febrero. De febrero ciclotímico. Tan musín, que cautiva con el susurro suave de la siesta; tan cabrón, que apaga a soplidos la vela que resistió a la fría lluvia de noviembre. Nada puede iluminar si no se expone a arder entre las llamas. Luego, se da a conocer. Como las personas en la forma que emplean al despedirse. Paseó tres semanas entre spoiler y spoiler de mayo y se va a dar el piro por la gatera mientras devuelve a pleno enero. Qué jodida, la luz azul de febrero.