Y trajo a Sinatra
Me remite Gonzalo Garcival, memoria ferroviaria de España y periodista de enorme talla, una semblanza de su paisano de Sabero, el ilustre Arsenio Marcos Rodríguez, fallecido en Bilbao a los 76 años de edad el 17 de diciembre; y le brindo esta su casa: Confío -me dice- que lo incorpores al Panteón de leoneses curiosos, atípicos o extravagantes que a su manera también «dieron prestigio a León». De su abundosa fauna hablaremos algún día. Dicho lo «cualo», he aquí lo más notable de ese intrépido saberense: Arsenio Marcos nació en 1943, hijo de Arsenio Marcos e Iluminada Rodríguez. Se cuentan entre sus primos los prestigiosos periodistas afincados en Madrid Felipe (Sahagún) Maraña Marcos y su hermano Jesús Maraña (Marcos). En su pueblo de muy joven trabajó, cómo no, para Hulleras de Sabero y pastoreó un tiempo las vacas de mi tío y rico mayor del pueblo Vicente García Martínez, de notoria vinculación con la familia Trapiello. Arsenio, literalmente con lo puesto, cogió un día el Tren Hullero hasta Bilbao, ciudad entonces de nuevas oportunidades. Y al cabo de unos años, a base de hacer portes con una motocarro, se impuso, como hombre que se hacía a sí mismo, en el mundo bilbaíno de los negocios y llegó a regentar las mejores salas de fiestas, hasta que dio en 1986 el salto a la popularidad y al estrellato al conseguir, merced a un jugoso contrato, que el mismísimo Frank Sinatra se retractara de su juramento de no volver a pisar suelo español. Y en medio de una gran expectación pero sin apoyo de los poderes públicos, La Voz dio un único concierto en el estadio Bernabéu con respetable lleno de entusiasmo y una caja solo medio llena. Aquella hazaña le costó la fortuna al excelente «Pastor» (así le presentaba la Prensa de entonces, comparándole casi con el Sastrecillo Valiente). Luego, sucesivas menguas de patrimonio, problemas familiares, la pésima salud y siempre con la nostalgia de su pueblo natal al fondo, acabaron con la vida de este personaje fascinante y de una condición humana más allá de lo normal en estos tiempos de negra ingratitud y amargura extrema. Pues clavada quede su pica, Gonzalo.