Diario de León

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E l turismo, qué gran invento, se titulaba una película de Martínez Soria, estrenada en 1968. Por fortuna para mi salud mental, en aquellos años uno prefería las de Tarzán. Pero hablemos del turismo actual. Urge una economía que integre naturaleza, urbanismo y ser humano. Los zombis no son turistas, aunque vayan de aquí para allá. No sé si el Ayuntamiento de León sigue barajando la posibilidad de aplicar una tasa turística, como el de Segovia. La aplicación de la misma plantea dudas de gestión; entre ellas, la de su ecuanimidad. Lo importante es a quién y cómo. «Hola, soy el conde Drácula y vengo a degustar el tinto de la tierra, ¿tengo que pagar la tasa turística?». No, hombre, faltaría más. «Buenas, soy Kiko Rivera, ¿el chundachunda cuenta como turismo?». Y aquí sí conviene que el manual esté muy clarito, pues el verbo chundachundadear tiene muchas acepciones. «Soy E.T. y vengo a Patatas Blas, ¿pago la tasa?» No, majete. «Hello, soy el león de la Metro y vengo a ver a un pariente al Coto Escolar, ¿tengo que pagarla?» En este caso, mejor se llama al concejal, que los leones sí comen leoneses. «Bon dia, soy Puigdemont, ¿tengo que …?». A este, por ser él, se lo vamos a sumar con calculadora, porque que a partir de los 3.000 euros es fácil liarse con los céntimos.

Y como si lo viese, llegados al ecuador de la columna, el lector culé estará pensando: «Uf, hemos librado del retintín por lo del domingo». Pues no. El Barça perdió 2-0 con el R. Madrid. Pese a ello, los cuatro de aquí siguen en sus trece, aunque su equipo los considere culés del extranjero. En mi casa, mi mujer y mi hijo están de luto futbolístico. Servidor, no. Alguien tiene que mantener el orden cósmico. Cualquier día me mandan a hacer turismo.

Si a nuestros turistas le ha costado años entender el misterio de la gratuidad de nuestras tapas… cómo para hacerles entender que se les va a cobrar por cantar Mi gran noche, en la ducha del hotel. Dejémoslo estar. Por mucho menos se han declarado guerras. «¿Diez reales por llevar casco y otros diez porque me llamo Agamenón? ¡Aquí va a arder Troya!». Y ardió. Se empieza pidiendo el libro de reclamaciones y se termina espetando que esa tasa no me la cobras en la calle. Doble uf. Ay.

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