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Está penado casarse con dos mujeres, pero no enamorarse de media docena, que es lo que le ocurre a un amigo mío de corazón fácil y compartimentado que, en cuanto llena el cupo, va haciendo sitio expulsando por estricto orden de antigüedad a sus más veteranas amadas. Los amores de mi amigo son platónicos, es decir, del cuello para arriba, y ni tan siquiera es imprescindible el conocimiento o la vecindad de trato para entrar a formar parte de su séquito sentimental. Lo mismo puede beber los vientos por una estrella de cine que por una militante de Femen que sale en el telediario, aunque nunca la haya visto vestida. Así de caprichosos son los enamoramientos de mi apasionado amigo. Que, no hace falta detallarlo, sufre en silencio y con paciencia casi infinita la ausencia de desdenes más que los desdenes. La «presente ausencia» de sus amadas, dice, tiene más cuerpo que la «ausente presencia» de esas parejas a las que el exceso de convivencia les ha matado el amor.

Como un coleccionista de autógrafos, con la misma obsesión, acumula imágenes de sus siempre interinas novias imaginarias. Luego, mediante un procesador de imágenes, del que se ha convertido en adicto, las manipula para aparecer junto a ellas en unos montajes fotográficos que dejan algo que desear pero que ante unos ojos inexpertos son capaces de dar el pego. No lo hace, desde luego, por fardar. Si fuera así, elegiría como prometidas solo a bellezones, pero en una proporción bastante alta se trata de chicas —con perdón— normales, cuando no algunas que sin ningún problema se alzarían con el título de hombre más feo de su pueblo. Digamos que carece de ambición y emprendimiento en cuestiones estéticas. O que valora en la mujer el ser más que el parecer. Además, tampoco difunde mucho esos fotomontajes: solo los hace circular en las redes sociales entre sus amistades, sin compartirlos con el público anónimo y chafardero. Es su manera de comunicarnos que su corazón late en una nueva frecuencia, sin perpetrar uno de esos repipiados poemas en una botella que otros lanzan al océano de la web desde la isla de una soledad sin orillas.

No está penado enamorarse con medida pero sin sentido. Tampoco está en el código penal dejar de amar. Mi amigo hace ambas cosas constantemente y sin pausa. Vive en una montaña rusa emocional. Un poco como casi todos.

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