La lección de Priaranza
Hace 20 años llovía en Priaranza. No hacía frío pero pinteaba y resultaba incómodo el paso de las horas a la entrada del pueblo, viendo cómo la excavadora arañaba el suelo buscando una fosa común que fue el principio de muchas cosas. Nadie de Priaranza quiso acercarse para ayudar a localizar el punto exacto de lo que al parecer era un secreto a voces. Allí habían permanecido durante décadas los cuerpos de no recuerdo cuántas personas paseadas durante la posguerra.
Aquello alteró muchas cosas. Personalmente me facilitó la posibilidad de conocer ese submundo sobre el que habíamos caminado sin conocer lo que estábamos pisoteando . Y el hallazgo de la fosa se produjo en pleno cambio en el PSOE, con Rodríguez Zapatero victorioso en el Congreso Federal de julio de 2000, momento en el que izó la bandera de esa desmemoria dentro de su carrera hacia Moncloa.
Todo aquello se disparó como la espuma, con unos datos de previsiones de fosas que nunca fueron tales, que intentaron colocar a España en la cabeza mundial del cuestionable honor de haber liderado las represiones, algo que lamentablemente no se ajusta a la realidad porque el mundo ha contado —y cuenta hoy— con genocidas con capacidades contrastadas... Como ocurre con tantos fenómenos humanos lo de la ingonimia de las fosas creció, se reprodujo y murió gangrenado de subvenciones. Lo que era un acto de justicia elemental, el que los nietos llevasen a un cementerio decente al abuelo acabó convertido en negociete de amigos. En arma arrojadiza de juzgadores de blancos y de negros. De transformación de la búsqueda de desaparecidos en exhumaciones en camposantos debidamente legalizados para sacar a presuntos represaliados que murieron por enfermedades y fueron sepultados en tiempo y forma, o incluso con bendiciones o condenas judiciales.
La lección que deja Priaranza quizá resida en cómo se puede hacer bastarda hasta la más elemental iniciativa de justicia y humanidad. La carga de política llevó a que la memoria histórica sea hoy un episodio nacional para la leyenda negra. La política tiene ese afán depredador que lo acaba enredando todo. Quizá por ello en la Mesa por León hay tanto escepticismo ciudadano. Aquí sí que funciona la memoria y los precedentes son como para enterrarlos.