Un cerebro elegante
Si todo es relativo, ¿no lo va a ser la conveniencia o no de una indumentaria? A Jennifer López la sienta bien cualquier trapito, incluso no llevar ninguno. El esqueleto hace mucho y hay omoplatos para todos los gustos. El popular Rafael Hernando ha sido fotografiado sonriéndose de cómo iba vestido el ministro de Universidades, Manuel Castells (Podemos), en la sesión de control al Gobierno. Y la suya no era una contenida sonrisa de flemático parlamentario inglés, sino de oreja a oreja, es decir, de carcajada sin sonido. Iba hecho un pincel, aunque no necesariamente de académico de San Fernando. Lo importante es ir limpio, por fuera y por dentro. Y don Manuel pasaba en ambos casos la ITV. Según tuiteó el político popular, se personó «con la camiseta del pijama, el pelo alborotado y recién levantado de la siesta». Y eso ya no. Cabe recordarle aquella respuesta de Unamuno a quien le preguntó cómo dormía tanto: «ya, pero cuando estoy despierto lo estoy mucho más que usted». Castells es una eminencia internacional en Sociología. Es cierto que ese día vestía tal recién salido de un cuadro de Hockney, o de jugar al ajedrez con Einstein. ¿Y qué? Por cierto, don Albert se gastaba poco en peines, pese a ser de pelo rebelde. También era muy de camisetas y sudaderas. Y hasta sacaba la lengua. El ministro está ahí por su ética no por su estética. Y de esta puede ser legítimo bromear, dentro de la socarronería parlamentaria, pero no ha sido este el caso. La mayoría de los políticos, incluidos Hernando, visten en soso, que no es lo mismo que en barato.
«Cuando daba conferencias en Oxford y Cambridge sí se ponía chaqueta y corbata», se le reprocha. Tarzán en la selva vestía en taparrabos y cuando viajó a Nueva York, en una de las películas de mi infancia, se puso un traje. El cerebro de don Manuel lleva sombrero de copa. En cambio, ojo, sí es pose cuando Pablo Iglesias se viste de marinero del Potemkin para ir a ver al Rey.
El origen de todo ropero está en una hoja de parra. O mejor, en dos. A Enrique VIII también le dijo un ministro suyo: «No me pise, majestad, que llevo chanclas». Y le costó la cabeza. Admitir la sana broma y rechazar la burla es uno de los pilares de la democracia.