Editorial | Calma, responsabilidad y rigor
El coronavirus ha venido para quedarse. Ha entrado con virulencia en nuestras vidas y lo condiciona ya todo. Pero resulta imprescindible el llamamiento a la calma. Las diferentes instituciones y entidades de todo tipo se afanan en la búsqueda de fórmulas para frenar la extensión de un mal que en el fondo es menor y que dentro de no mucho tiempo formará parte, en la inmensa mayoría de los casos, de una anécdota de recuerdo más o menos grato.
La globalización nos golpea con una propagación inapelable. El ser humano del siglo XXI circula por el Planeta como nunca antes y también la información, quizá el peor mal en este asunto ya que pone de manifiesto el conflicto que se genera con esa propagación de todo tipo de datos sin ninguna criba ni gradación que ponga cada cosa en su justa medida.
La crítica hacia las instituciones es probablemente lógica. Pero también hay que admitir que el mundo no estaba preparado para algo como esto. A Italia le tocó sufrir una primera oleada que puso en cuestión su capacidad de respuesta. Y en España resultan entendibles las quejas por ese retraso a la hora de poner en marcha medidas cuando se percibía que se reproducía paso a paso el guión ya visto en el país casi vecino.
Que la ciudadanía mantenga la calma y actúe con responsabilidad resulta la mejor y principal receta para frenar o al menos ralentizar los contagios con el fin de alcanzar un extensión del coronavirus más escalonada. Y exigimos rigor. A las instituciones. Respuestas adecuadas, firmes y proporcionadas. Y un poco de coherencia entre todos y para todos.
En juego hay demasiado. Sería complicado encontrar un sector económico, un ámbito social o cultural, o una entidad a la que no le afecte ya esta pandemia. Todas las administraciones tendrán que ayudar para recuperar la normalidad.