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No es el fin del mundo. Aunque las imágenes de las calles vacías de Wuhan, de los repartidores de comida rápida en las avenidas solitarias de Pekín, o de las colas de italianos a las puertas de los supermercados del Piamonte con mascarillas en la boca —no sirven para protegerse del contagio, solo evitan que la infección se transmita si es el enfermo el que las usa— hayan disparado las alarmas en los más aprensivos.

No es el apocalipsis. No hace falta llevarse todo el arroz de las estanterías del supermercado. Ni comprar papel higiénico para un año. No. Seamos sensatos.

Hay que tomar precauciones. Ralentizar los contagios para no colapsar el sistema sanitario si el coronavirus infecta a nuestros mayores, a los enfermos crónicos, a pacientes con defensas bajas, a los grupos de riesgo donde la mortalidad es más elevada.

No es el final de la civilización. No estamos una película de zombis. Y tengan cuidado, por favor, con el aluvión de teorías conspiratorias, con los rumores que circulan en las redes sociales sobre el origen de la pandemia y que culpan a la CIA, a Putin, a la deuda de Europa con China, a la guerra comercial con los Estados Unidos, a un descuido de los investigadores de un laboratorio biológico en Wuhan o a un pacto de los poderes fácticos y financieros para provocar un cambio de hábitos en nuestra movilidad, promover el cierre de las fronteras a escala mundial y dar marcha atrás a la globalización.

Verifiquen bien lo que leen, lo que escuchan. Pongan en cuarentena a todos aquellos que van diciendo por ahí, entre la indignación y el ataque de pánico, que no nos cuentan toda la verdad. Hagan caso de las recomendaciones de los organismos oficiales. Lávense las manos. Tosan al codo. Y apliquen, ante todo, el sentido común.

La lástima es que todo este tsunami del coronavirus —y con el tiempo veremos qué hemos hecho mal a la hora de comunicarlo para que el miedo se haya contagiado más rápido— tape una noticia de calado que hace solo unas semanas hubiera acaparado todos titulares; el Sida se puede curar. Un segundo paciente de VIH han superado la enfermedad después de someterse a un trasplante de células madre y lleva 30 meses sin tomar antirretrovirales. Pero nadie se ha enterado.