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Parece que la vida se ha suspendido. Pero sigue su curso. La primavera se ha anticipado. Y ahora sabemos, más que nunca, la importancia de quienes a diario cuidan de la salud y las personas.

Al menos el magnolio ha florecido. Pensé que lo habían talado. Pero no. Parece que el magnolio, en invierno, se camufla del frío. Hoy lo he visto a una distancia prudencial. Sobre la pradera semidesierta brotan sus flores entre blancas y violeta. A pocos metros vi al sauce llorón. Las hojas, recién nacidas, parecen lágrimas verdes. De una transparencia como el agua del mar.

Quizá aprendamos el valor de los cuidados, la importancia de la solidaridad y la necesidad de empatía

Mientras intento no tocarme la cara; mientras busco el mejor sitio en casa para hacer teletrabajo y trato de poner en orden el armario de la cocina para saber qué cosas nos pueden hacer falta; mientras me comunico por whatsapp con la familia; mientras esperamos que todo vaya bien...

Pienso que había pensado escribir sobre lo que vi en la manifestación del 8-M. Claro que quizás me lluevan no cantos, sino pedradas por confesar que yo también estuve allí. Por no haberme anticipado a la OMS y no declararme en autocuarentena a causa del catarro que arrastro desde hace tres semanas.

¿Ya han pensado que tengo el coronavirus? Parece que no, por ahora. Tampoco se lo puedo asegurar. Me he limitado a seguir las instrucciones de mi médica y las recomendaciones de las autoridades sanitarias para la ciudadanía en general. De esa gente de ‘ciencia’ que, al decir de Pablo Casado, parece que no sabe detrás de lo que anda.

De los brutales recortes que el PP ha hecho a la sanidad madrileña y de las privatizaciones no ha dicho nada este politiquillo a un atril pegado, dispuesto a sacar rédito de una situación de emergencia sanitaria y social, en lugar de arrimar el hombro de manera responsable.

Aún a riesgo de las pedradas, vuelvo al magnolio y a lo que vi el domingo en las calles de León. Vi emerger en pancartas y grupos la conciencia de los cuidados, de las mujeres que reclaman sus derechos para parir sin intervenciones médicas o quirúrgicas no necesarias; y, sin estar en la manifestación, escuché a las mujeres de campo reclamar la labor de la ganadería extensiva, de la agricultura sostenible y de las economías circulares en un mundo al que la globalización le está dando la lección más dura desde hace décadas.

Vi a mujeres que iban tirando del carro. De los niños y niñas y de las personas mayores. Y quizá lo que allí vimos fue un anticipo de lo que a lo largo de esta semana hemos visto como imprescindible. El papel que los cuidados juegan como sostén de la economía. El invisible motor que hace que arranquen los días, antes del amanecer, en las casas más humildes y en las más pomposas de este y de cualquier país.

Ese motor cuya energía se paga a coste cero. Ese engranaje de la vida que funciona gratis, sin horarios, jornada ni convenios. Y también esa otra parte que soporta los cuidados profesionales a domicilio, a bajo coste y en condiciones precarias o, en mejores condiciones, aunque no siempre, en centros de día, en residencias, en centros de atención a personas con discapacidad y también en colegios, escuelas infantiles, hospitales y centros de salud.

El feminismo ha sembrado las conciencias de las personas que desempeñan los trabajos feminizados y han brotado como flores los colectivos que exigen su reconocimiento y valorización.

Los cuidados, el del propio cuerpo y el de nuestros semejantes, es lo que lo primero que ha aflorado en esta crisis del coronavirus cuyas dimensiones no podemos todavía calibrar. Sólo sabemos que dejará una huella imborrable en nuestras vidas.

Quizá aprendamos el valor de los cuidados para sostener la vida. La importancia de la solidaridad frente a la depredación y la avaricia. Y la necesidad de ir más lento, con más empatía hacia nuestra especie y todas las especies que habitan este planeta. Quizá florezca el magnolio después del próximo invierno.