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Amí no me va a pasar... La frase, escondida en la conversación de la última semana detrás de los estudios que fijan que la mortalidad ronda el 2%, que su incidencia es muy inferior a la gripe común, que se ceba con los ancianos y las personas con patologías, se nos ha atravesado en medio de la realidad para mostrarnos que no vivimos solos. El aleteo de la mariposa en China, que ha mutado de metáfora a modelo para intrepretar la realidad, nos coloca en el centro con el deber de eligir qué papel queremos interpretar en la trama del doble filo del caos: ejercer como causa del problema o servir como solución. Nunca de una manera tan brutal se ha presentado para una sociedad el reto de evaluar cómo las pequeños decisiones personales inciden en la vida de los demás. La carga viral, camuflada en los microorganismos que diseminamos al salir a tomar el vino como si nada, al toser en mitad de la excursión para aprovechar el buen tiempo de los días libres, al apelotonarnos para arrasar los lineales de los supermercados, al no lavarnos las manos y tocar la barandilla de la escalera a la que luego se agarrarán otros más débiles, nos convierte en eslabones de una cadena de muerte exponencial. La opción soberbia de ignorar las recomiendaciones sanitarias dispara la bala que ajusticia a los abuelos con las defensas bajas, a los enfermos graves, a los pacientes con problemas de coagulación, a los ciudadanos que no será capaz de atender el sistema si se rebasa su capacidad de respuesta, pese a la encomiable lucha de sus profesionales. El desafío arrojará la imagen fiel de la escala de valores, afianzada en la solidaridad, pero también la mezquindad de las luchas políticas y la ruindad de los egoístas que se niegan a interpretar que sus comportamientos, aunque no les reportan un beneficio personal, sí que inciden en el bienestar del colectivo. La crisis examinará a la sociedad, acostumbrada a derivar en sus administraciones la responsabilidad de sus comportamientos infantiles, como si fuera necesario que el Ejército les saque de las calles como a niños, y a los gobiernos que deben superar el infame cálculo de la rentabilidad política de los gestos para la galería. Yo elijo no darle ventajas a la muerte en esta partida de ajedrez. Salen negras. Como peón, sin necesidad de alistarme en el papel de héroe con el que motivan a los que no comprenden que sólo es lo que deben hacer, me quedo en casa. Trancad por dentro.