Diario de León

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Si uno sufriera la maldición de comprenderlo todo, no podría juzgar nada, carecería de concepción del bien y el mal. El mal, en gran medida, es aquello que no podemos comprender. Lo que no se nos alcanza de ningún modo por más que lo intentamos. Aquello que habita en las afueras de la humanidad. O, simplemente, más allá de nuestra inteligencia. Por eso sus fronteras son móviles y todos tenemos nuestras dudas. Y nuestras deudas: con los que nos transmitieron un código de valores allá en la infancia, con las personas y autores que después fueron matizándolos, con nuestra propia experiencia de la vida. La moral, que es el sistema de valores públicos, y la ética, que es su ampliación privada, rigen la existencia de la mayoría de nosotros, la gente corriente, de la que el maestro Alcántara decía «no sé quiénes son, pero escribo para ellos».

Chesterton afirmaba, sin embargo, que existía lo que deberíamos hacer, lo que no deberíamos hacer y «lo que podemos evitar». Si lo primero corresponde a la ética y lo segundo a la moral —una es reflexiva y la otra prescriptiva—, a lo que podemos evitar uno propone bautizarlo con el neologismo de «morética», por ese plus de acción que debe darse para salir de nuestro interior y emprender un acto a la contra. Un gesto positivo y negativo a la vez, complejo de explicar pero muy fácil de realizar, aunque en las más de las ocasiones requiera sacar del fondo del alma alguna que otra dosis de valentía. En uno de sus memorables gags, Gila le daba la vuelta al calcetín del concepto por la vía rápida del humor: contaba que un día había cuatro tipos dándole una paliza a otro y pensó «me meto, no me meto», al final se metió y «entre los cinco le metimos una paliza…».

Fuera bromas, estamos en tiempos de «morética», en momentos en que es importante, más que nada, aquello que podemos evitar. La plaga vírica que asuela el planeta quizá cambie el mundo tal y como lo hemos conocido, no lo sabemos, pero las autoridades nos recomiendan evitar relacionarnos durante un tiempo para no expandir ese mal que, como todos, apenas comprendemos. Aunque el descubrimiento indiscutible del siglo XX «es que no hay hombre solitario», como sostuvo Camus, ahora lo que toca es volvernos ermitaños. Dejar de hacer suma y resta al mismo tiempo. 

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