¿Quién no tiene su quiosco favorito?

Hay algunos oficios que van más allá de lo que impone su faena como vendedor. Cuando uno acude a lugares como un quiosco agradece ese trato profesional que dispensan. Informan, asesoran, escuchan… es uno de esos lugares en los que cuando no se encuentra, por ejemplo, una dirección, está casi garantiza al 100% la explicación necesaria para conseguir encontrarla. No falta incluso la charla amena para esas personas que necesitan un poquito de atención y de escucha. Son en cierto modo un buen termómetro sobre la situación que vive en cada momento la sociedad, puesto que su trato constante con la ciudadanía les facilita una visión sobre qué pensamos y cómo afrontamos las cosas que se suceden.

Pero su trabajo es esclavo. El margen de unas chuches exige vender muchas para ganarse el jornal. Horas y horas en reducidos espacios, normalmente difíciles de calentar, incluso en los más modernos que son bajos de edificios, ya que una puerta abriéndose y cerrándose —y mejor que sea así porque quiere decir que hay clientela—, no ayuda a conservar la temperatura.

Ahora están, como tantos servicios esenciales, al pie del cañón. En primera línea de riesgo. Pero conscientes de que son ese elemento fundamental para conseguir que el entretenimiento en papel siga llegando a su destino. Y también esa imprescindible información con la que la sociedad necesita dar respuesta a esta situación de excepción.

Pensándolo un poco todos tenemos nuestro quiosco favorito. Al que nos llevaba el abuelo, en el que gastábamos la propina en chuches, en el que si encargamos algo nos lo consiguen sin ninguna duda…