Ejercicio espiritual
Todo confinamiento domiciliario tiene algo de retiro espiritual, aquella epidemia en una España franca con Casas de Ejercicios por doquier como lo eran las de Observación en tiempos de Quevedo. Durante tres días paraba tu mundo y entrabas en otro con dormitorio o celda, capilla y comedor, te daban jabón místico unas horas al día y en las inútiles meditaciones contabas los lamparones del techo agrupándolos por categorías. A veces las horas no pasaban de puro plomizas y el silencio apenas se rompía o se volvía temible. Pero en todo caso nadie protestaba de aquella minivacación piadosa, vida contemplativa donde tenían su buen rato las sapas bardas, las musarañas y a veces la poesía vieja.
Por eso el confinamiento, este acuartelarnos, es una inédita oportunidad para convertirlo en ejercicio y aprovechamiento, aunque tiene su jodía gracia el slogan YoMeQuedoEnCasa apelando a que saques renta del infortunio... ¿casa?, quien la tenga, señora mía, que aquí lo común es un piso, y más común el piso enano, de modo que quince días en él pueden hacerlo calabozo donde cabe la guerra de nervios, la chispa incendiaria o el disparate afilado. Sin embargo, confinado en una casa como la de Pablo Iglesias, valga el ejemplo, la cosa y la casa son otro caso; ahí cualquiera se lo puede tomar como unos largos y holgados ejercicios espirituales, quincena sabática o mes sabaticón, y organizarse excursión interior al tuétano de la vagancia, después masaje lírico-intelectual, reposo, pedaleo, piscinita, hamaca en el porche, sermón-tuit en las redes, tele selecta... y cervecita fría brindando para que nos sea leve este castigo divino bien merecido por una humanidad que peca contra el planeta, la Bolsa y la vida, castigo de Dios cuya parábola incendiaria aún no ha subido a púlpitos ni a discursos (salvo el de atorrantes torras, requetés revox y jefes de somatén que no dejan de joderla en cuanto ven un micro con condón), aunque subirá a voces en cuanto la gente vuelva a las iglesias o a los mítines sin espantarles el bulto o las miasmas... o sea, sin haber aprendido nada.