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AMachi, nuestro ‘hermano mayor’, le salvó la magia. Un prestidigitador se presentó un día en el taller de carpintería del colegio Don Bosco y le pidió que le cortara una carta para bien hacer la maña. Y, a sus años, que ya tenía unos cuantos en las espaldas, le picó la curiosidad por el ilusionismo. Empezó a repartir pequeñas varitas mágicas entre los peques y a mostrarnos sus avances en el nuevo oficio.

Nos hacía el truco del pañuelo que se desanuda por arte de magia o se sacaba una flor de la chistera o una carta de la manga. Siempre con esa sonrisa de niño travieso que quiere sorprender a quien por un momento le presta atención. En aquellos tiempos le veíamos mucho en casa. Cada tarde se acercaba a ver a mi padre. Le llamaba ‘padre’.

Y así fue que se convirtió en nuestro ‘hermano mayor’. El ángel de la guarda que hacía más fácil la vida cuando la vida quería ponerse difícil. Si a mi padre no se le resistían las escaleras del primer piso cuando perdió la pierna, allí estaba Machi para hacer un balaustre de madera en el que pudiera apoyarse para subir y bajar a la calle. Machi entró en nuestras vidas de la mano de mi hermano Asterio, que, en los tiempos en que la mili se cambiaba por la prestación social, decidió irse a Senegal a entregar su tiempo en un colegio salesiano de Saint Louis.

Siempre nos recordaba los cuidados que recibió de mi hermano cuando estaba enfermo, en aquellos últimos años de los 18 que estuvo de misionero en Senegal. La magia de la vida nos reencontraba en cada uno de los acontecimientos familiares que se sucedieron desde entonces. Los alegres y también las despedidas de papá y mamá.

Hoy no podemos acompañar a Machi en su partida al último viaje. Pero sin duda se ha ido sobre las alas de una paloma que quien sabe si ha salido de un chistera o del corazón devoto de este salesiano, nieto e hijo de sacristanes, que llegó a León en 1969 con la comunidad fundadora del colegio Don Bosco en la parcela donada por el entonces Ayuntamiento de Armunia.

Aquel taller de carpintería que estrenó cuando los frailes llegaron a Armunia para dar oficios a los jóvenes leoneses fue también su lugar de jubilación oficial como maestro del oficio tras el regreso de Senegal.

El aislamiento social por el coronavirus impide que se celebren velatorios y funerales. Los ritos que nos hacen el duelo más llevadero han quedado pospuestos para cuando todo esto pase, que pasará, aunque nos queden en el rostro los surcos de las lágrimas que caen como lluvia de primavera. Surcos que darán testimonio de quienes se marchan diluidos en el contador diario en el que contemplamos la estadística de la muerte por coronavirus. Cada número, por pequeño que sea, es un hueco en muchas almas.

Familiares, amistades, compañeros de trabajo, vecindario... Mucho se sentirá en Armunia y en los contornos la marcha de Machi. Su magia nos regaló momentos inolvidables de ilusión. Con sus suaves plumas de colores hizo sentir la caricia de la infancia a los niños y niñas y también a los mayores. Puede que encontremos su sonrisa eterna posada en una estrella. Puede que alguien le escuche saludar desde el cielo con su sonora voz: ¡¡Hola, hola!! Sin duda su memoria viva nos acompañará y nos dará energía para seguir. Un recuerdo especial también para Pedro, el portero de toda la vida, que también se ha ido en esta semana triste pero llena de coraje. Hoy este canto rodado va para las personas que desde casa o desde los hospitales tratan de salir adelante, como mi querido hermano. Para quienes les cuidan con su profesionalidad y cariño y a la vez nos cuidan. Y para todas las que salen a trabajar y, aún en el confinamiento, podamos gozar de comida y comodidad. Hasta siempre, querido Machi. La magia de la vida nos alienta como tú nos enseñaste. Sin truco.