El cielo puede esperar
Mi mirada escudriña el cuarto de baño de casa, donde hace dos semanas me resbalé y caí aparatosamente al suelo. Es un espacio pequeño, en el que todo permite vaticinar que ante un resbalón la cabeza ha de chocarte contra la bañera o el inodoro, el lavabo o el bidé… o el duro suelo. Sin embargo, contra todo cálculo de probabilidades, caí de la única forma posible para no golpeármela, aunque me fracturase el húmero. Que el batacazo no hubiese terminado en tragedia se lo debo a mi ángel de la guardia, al que, sin duda, en mi aparatosa caída hube de dejar sin alas; espero que allí arriba esté dado de alta como autónomo o tenga un seguro privado. Si fuera ser corpóreo se le podría agradecer con un jamón, pero está hecho de fe. Pude morir, lo sé. Ocurrió días antes del confinamiento y me ha dejado una sensación no tanto de la fugacidad de la existencia como de que debemos jerarquizar mejor lo que nos importa, intensificada por la experiencia colectiva que estamos compartiendo por el coronavirus.
Leo que Bolsonaro ha llamado a la pandemia «resfriadito», lo que me lleva a concluir que él también ha resbalado en su cuarto de baño, pero que en ese momento su ángel de la guarda tenía el día libre, pues el alto mandatario brasileño sí debió de golpearse en la cabeza. Mayor trompazo hubo de darse el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, quien acaba de declarar que los ancianos de su país deben sacrificar la vida para que el capitalismo americano no se vea mermado por el coronavirus, y que él mismo lo hará encantado con tal de sus nietos puedan gozar del american way life . A él su ángel debía habérsele marchado a un concierto de Willie Nelson.
En un supermercado he visto a un hombre gritarle a una anciana: «¡Vosotros sois el grupo de riesgo, no yo!», porque no mantenía la distancia en la cola. Veremos a muchos así. Mientras, una amable dependiente me estaba cogiendo todo aquello que, con mi brazo derecho en cabestrillo, no podía meter en bolsas. También veremos a muchas personas así.
Resistamos en nuestra casa, salgamos solo lo imprescindible y muy bien racionalizado. Ayudemos a nuestros ángeles de carne y hueso a ayudarnos. Podemos morir, pero, como en aquella película, el cielo puede esperar.