Aquel año en Aira

A menudo venían miasmas en el aire y morían pueblos en esta tierra de sitios de mucha casa que hoy solo son montón de nada. Una peste local o una epidemia europea se vestían entonces de vieja mataldeas en las tierras pobres que paren hijos solo para emigrar; tierras como todo este norte montañés, especialmente maldito y tacaño en Ancares, ahí donde el viento da la vuelta. Y situado en la cara leonesa de esta comarca tan gallega conocí en 1972 (por boca y relato de Esteban Carro Celada en la redacción de este Diario) un pueblo ajusticiado y muerto por alguna epidemia del siglo XIX, Campo del Agua se llama (cuánta poesía encerró en su nombre sin quererlo), pueblo que sin embargo resucitaba entonces cada verano antes de volver a morir en invierno. Nos contaba Esteban que en mayo alguna familia del pueblo de Aira da Pedra -que en su día acogió a los supervivientes campinos que jamás volvieron a su pueblo de palloza y piedra; quedó maldito- cogía ganados, enseres y crianza y ascendía hasta el abandonado Campo del Agua para aprovechar pastos, leñas y granos hasta la otoñada, regresando así a Aira con vacas y ovejas algo más redondas. Y a Aira se nos fue una semana a vivir el insólito rito nómada durmiendo en palloza y comiendo de aquella manera nuestro buen cura Carro Celada (pocos conocí con tanta sencillez sabiendo lo que sabía, más hijo del hombre que del dogma y fino periodista del hoy como de la historia); Marcos Oteruelo le encomió esta aventura informativa por Campo del Agua, pueblo que murió por una peste, mientras que Aira da Pedra engordó con la epidemia, ya ves, pura parábola ahí... y un detalle: ¿por qué no se refugiaron aquellos supervivientes de la peste del XIX en el vecino pueblo de Burbia, que está mucho más cerca que Aira y es mucho más pueblo con más sillas en su mesa?... ¿hubo ¡aléjate de aquí, infectado y además pobre!?... otra parábola... o la del holandés tonelete diciendo al moribundo español «ahí te las arregles», que yo mando ya a mis viejos a morir a casa.