Las costuras del virus
Una legión de costureras trata de paliar el déficit de recursos sanitarios, cose que cose, mientras la Junta gasta tiempo y energía en llevar el material a Valladolid y traerlo de vuelta a las provincias...
Érase una vez una mujer de pelo blanco con una sonrisa con pespunte de arrugas y unos ojos brillantes de vida. De manos huesudas y ágiles con la aguja. Felisa vivía rodeada de sus bordados bajo la atenta mirada de la gata Jana. Era la abuela de la casa azul de grandes ventanas por las que entraba el día de repente y se marchaba con calma en el crepúsculo...
Confieso que bordar no sé y coser se me da fatal. Si hilvanar palabras y coser sueños sirve de algo ahí tenéis un retal para empezar un filandón. La crisis del coronavirus ha hecho aflorar a la superficie de la sociedad millones de manos que reman al unísono con aguja, hilo y dedal. Para proteger al personal sanitario, limpieza de interiores, de calles y contenedores, cajeras y reponedores, camioneros y repatirdores de prensa... Para salvar vidas.
Tal vez la pandemia nos enseñe a bordar un tiempo nuevo con la conciencia clara de lo que importa. IRENE MARTÍNEZ MORÁN (FOTOGRAFÍA) / JOSÉ ALBERTO CALVO (TRATAMIENTO DE IMAGEN)
Las singer, olvidadas en los trasteros o apartadas en un rincón, se adueñan de mesas y camillas, de salones y salitas... Mientras los gobiernos lo fían todo a aviones que llegan de China a cuentagotas, o que simplemente no llegan, la sociedad civil ha demostrado que aún no ha perdido del todo la memoria de lo que un día fuimos ni de los viejos oficios desterrados por la globalización.
Una legión de costureras, también algún hombre, incluso algún anciano he visto coser mascarillas, levantan los muros improvisados contra el virus. Salen los agricultores con sus tractores y los makers hacen ‘magia con impresoras 3D. La ola de solidaridad, al igual que las altas de personas que sanan de la enfermedad, son un bálsamo para el sufrimiento que hay que digerir cada día envuelto en las frías cifras de contagios y muertes.
Tal vez la pandemia nos enseñe a bordar un tiempo nuevo con la conciencia clara de lo que importa
El virus que devora los días de encierro se transforma en nuestras conciencias en un defensa individual y colectiva frente a la incertidumbre y el miedo. También durante la crisis de 2008 se fortalecieron los vínculos comunitarios, los esfuerzos colectivos. Entonces en la calle y en las plazas, ahora en las casas y en las redes. Pronto nos olvidamos. Nos dijeron que la economía se recuperaba, aunque los salarios no subían. Aseguraban que todo iba mejor, aunque estábamos en el furgón de cola y descarrilando en provincias como la leonesa.
Presumían de la mejor sanidad del mundo, pero nos quitaban médicos en los pueblos y en los hospitales. Ahora vemos que no tienen ni mascarillas para protegerlos ni respiradores para socorrernos. Nos vendían los buenos resultados académicos en el informe Pisa y enviaban a la juventud, la generación más preparada de la historia, decían, al tajo de la diáspora. Nos distraían con estrellas de la excelencia mientras levantaban escuelas-gueto.
La gigantesca marea de concordia y aplausos a los héroes y heroínas de esta pandemia también nos hace olvidar cosas que, en otras circunstancias, hubieran sido letales para algunos. No para la mayoría.
Un año después de saber que era heredero de una fortuna amasada con comisiones de obras y barriles de petróleo, Felipe VI renuncia y despoja a su padre del presupuesto de la casa real, bien protegido por la cortina de la tragedia sanitaria y económica que asola al país. El coronavirus ha salvado la corona. Ya se pasean sus majestades por Ifema de la mano de Cáritas. La Junta derrocha tiempo y energía en centralizar el material donado en Valladolid. Para luego volverlo a traer, como antes llevaban y traían papeles. Todo sigue igual también por el profundo norte de Europa. Nos hielan sus gritos de codicia. Menos mal que nos queda Portugal. Y nuestras naranjas.
Tiempo habrá de pedir cuentas al rey y al resto. Ahora honramos las manos que cosen, sanan, conducen, limpian y consuelan y las de las personas mayores que no podemos acariciar. Tal vez la pandemia nos enseñe a bordar un tiempo nuevo. Con la conciencia clara de la fuerza de la comunidad y de lo que importa.