Diario de León

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Cada vez que me lo cruzo por la calle se me fortalece mi confianza en el ser humano. Regentaba un bar frente a la casa de mis abuelos y no dudó en dejar todo para salir a atender al padre de mi padre el día que se cayó golpeado por la puerta. No sé si recordará aquel episodio, pero me viene a la memoria al leer el auténtico reguero de solidaridad con el que se llenan estos días las páginas del periódico.

Los españoles, como tanto le gusta resaltar a Pérez Reverte, cuando nos arrinconan contra la pared, quizá por pura rutina que genera la experiencia repetitiva, apretamos codo contra codo las filas para plantar cara a lo que venga. Normalmente, obviando los navajazos cerriles de los celos y envidias, suelen ser minoría, eso sí ruidosa, el sector de los miserables que no arriman el hombro cuando hace realmente falta, pero creo que se retratan con tanta claridad que al final los conocemos todos en nuestros entornos.

En la pasada crisis se vieron bien, en forma de empresarios y trabajadores que ahogaron sus formas de vida en ocasiones por querer guisar prematuramente la gallina de los huevos de oro. Ahora estamos ante el mismo peligro. Todos vamos a pagar la factura que se nos viene encima. De un modo u otro. Y será cara. Quizá sea cierto que tenemos el mejor Gobierno posible para esta coyuntura. Es un secreto a voces que al menos nos está ahorrando el tener que escuchar las chorradas, al más puro estilo almodovarianas, de que tanto militar por la calle es un golpe de Estado encubierto, y el confinamiento se ha logrado con una normalidad que resulta incluso sorprendente, conocidos ciertos modos de actuación. La duda es si esta Moncloa es la ideal para el día después. Precedentes como los hilillos de plastilina del Prestige o aquella economía de Champions League con el «mejor sistema bancario del mundo» ponen los pelos de punta sólo de pensarlo. Necesitamos que se acelere la recuperación con mano firme, y eso requiere apartar a los que nos niegan las realidades o priorizan el sacar provecho político. Los compañeros de viaje de Pedro Sánchez o han huido o andan a lo suyo.

Estos días ando enrolado en el bricolaje paliando asuntos pendientes. Anima la autoestima si hay éxito. Pero invita a la reflexión sobre qué fácil es desarmar y qué complejo es poner las cosas de nuevo en marcha.

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