Conspiranoicos y mefistofélicos
Nunca como ahora, incomunicados pero conectados, se ha hecho tan evidente que nadie se resigna a carecer de opiniones sobre esto y aquello. Mientras que la mayoría condescendemos con no tener un Ferrari, por decir algo sólo al alcance de gentes con al menos un sueldo de concejal, resulta curioso cómo todos creemos tener ideas válidas casi sobre cualquier cosa, tal que cualquier contertulio televisivo. Hasta los deportistas de élite, en cuanto les plantan un micrófono envenenado, te sueltan una homilía a poco que te descuides. Igual consideramos que tener una idea y enunciarla correctamente es más fácil que hacerle un gol a Malta, pero lo cierto es que la inmensa mayoría no nos salimos del lugar común, que es el camino trillado del pensamiento. Más cuando además tratamos asuntos tan alejados de nuestra educación obligatoria como son los de la ciencia, en la que nadie sabe demasiado y todos ignoramos más que mucho.
En la distancia con paliativo de datos que se nos ha recetado, con la realidad líquida, más alejada y menos tangible, suministrada a los medios de comunicación tras pasarla por varios filtros —estamos en una economía de guerra y la información es igualmente de guerra—, los ciudadanos percibimos que la leche viene sin nata, aunque traiga omega 3. Noticias sin dibura alientan las especulaciones, los rumores, las tesis conspiranoicas. Por un par de artículos mal leídos y peor comprendidos, nos convertimos en desorganizados quintacolumnistas de las redes. Remamos a favor del enemigo vírico difundiendo bulos, repitiendo falsedades, cuestionando tal o cual medida del gobierno que nos cae mal.
No, desde luego que no se trata de que nos callemos ni de que dejemos para mañana la crítica que podemos hacer hoy, aun sabiendo que no nos lo cuentan todo, como sostiene un gran agorero, sino de establecer unas prioridades. En un incendio pueden gritarse muchas cosas, pero lo normal es que sea «fuego». No se pone uno, en tales circunstancias, a perorar sobre la razón aplicada o las mefistofélicas calderas de Pedro Botero, a lo sumo se pide calma para ayudar a los que caen durante la huida. Ahora mismo no está en entredicho la libertad, sino la vida. En todo el mundo. Si ante una pandemia no se comprende que no es el momento de los derechos civiles o de salvar la economía, sino el de defender a las personas por encima de todo… Mefistofélico, sí.