Buñuel nos confinó en Providencia
A mí, lo que me da miedo de verdad es que todos terminemos como los protagonistas de El Ángel Exterminador, la película de Buñuel. El aragonés, cuyo cine va todavía muy por delante de nosotros, nos contó hace sesenta años lo que estaba a punto de ocurrirnos. Mucho antes de que los americanos grabaran distopías como Contagio , don Luis se encargó de avisarnos de que el peor virus es el de la incapacidad de salir de uno mismo, de liberarnos de la idea que tenemos acerca de quién somos o, mejor, quién aparentamos ser.
Un grupo de burgueses atiende una cena en palacio después de una noche en la ópera. Todo sigue según las reglas de la evolución social hasta que de manera incomprensible los aristócratas mexicanos se dan cuenta de que no pueden abandonar el salón.
No hay virus alguno aguardándoles, las puertas están abiertas y nada les retiene más allá de su imposibilidad de franquear la salida. Así que, poco a poco, los invitados de la fiesta pieren la etiqueta y las apariencias, se desnudan ante el resto en una abyecta lucha por la supervivencia.
Sin compasión de ningún tipo con los personajes (los criados han abandonado la mansión sin explicación), Buñuel muestra lo que en realidad todos sabemos: el miedo nos da la medida de quién somos.
La ausencia de sueño, de alimento, de higiene acaban con la cortesía, con las convenciones sociales para mostrar que, en realidad, la cultura es un barniz que se despega del cuerpo, que las clases sociales no son más que un pacto dominado por la abundancia de disfraces con los que cubrir la biología.
Poco a poco todos pierden el decoro, los modales, las apariencias se esfuman y sólo queda un grupo de salvajes que se arrastran como animales y lucha npor sobrevivir.
«¿Usted ha visto alguna vez un toro herido alguna vez? Impasible», dice una de las damas cuando el naufragio aún no ha enloquecido del todo a los moradores de Providencia.