Libres de pecado
Los antiguos griegos, que inventaron esto de la democracia, leían en las vísceras de los animales o interpretaban en el vuelo de las aves los designios para sustentar las decisiones de Estado en tiempos de crisis, como recordaba el otro día el filósofo Eduardo Infante. Aquellos auspicios, en los que los romanos también creían hallar señales por el análisis del picoteo de ciertos pollos sagrados, los ha rescatado ahora el Gobierno para que los augurios coincidan con sus intereses por medio de las encuestas del CIS. La última entrega propone «prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social» y entrega la solución a confiar tan sólo en «las fuentes oficiales». Al margen de que la segunda premisa anula la primera, porque el Gobierno ha sido el primero en difundir informaciones falsas y enmarañar los datos, el dedo del organismo público manipula el planteamiento de la pregunta para allanar el camino hacia un discurso de pensamiento único. Empiezan por apuntarte por dónde te tienes que informar y terminan por ordenarte qué tienes que pensar. Bueno, ni siquiera, porque ya no necesitas pensar. Ya lo hacen ellos por ti.
La treta del CIS encuentra terreno abonado en la actitud vicaria de una sociedad infantilizada que cede sus responsabilidades al Estado. La ilusión idiota de que la liberación de la carga le exime de las consecuencias obvia que en realidad lo que hacen los ciudadanos es vender su libertad. El engendro intelectual se esconde en mensajes prefabricados que frente al daño de la propagación de mentiras como arma política oponen la solución profiláctica de las «fuentes oficiales». No cabe la libertad de expresión, aunque para que la gente se convierta en masa se propaga la falacia de que todas las opiniones valen lo mismo. No hay lugar para la educación en un pensamiento crítico que cuestione la información, sino que se insiste en que hay que extirpar las noticias falsas que corren por las redes, que fue curiosamente como medraron los domadores que ahora quieren culpar a los leoneses de que les dan mala vida. Siempre nos parecen más inteligentes los que piensan como nosotros. Siempre estamos más dispuestos a creer los bulos que respaldan nuestros prejuicios. De ese modo, la verdad es un bando. Entonces, empezamos por esconder a los muertos y terminamos por contar que sólo fue una gripe. O al revés.