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Tal soldados a la espera de que se nos anuncie que la guerra ha concluido, escuchamos los vaticinios sobre la vuelta a la normalidad. Ahora bien, ¿a cuál de ellas? Hay muchas y no todos procedemos de la misma. ¿A la del pez grande engulle al chico… al cada palo aguante su vela… a la del ser lobos para para los demás hombres… a la del enemigo, ni agua? Estas solo son las anormalidades de siempre. El domingo escuché en la radio a un periodista llamar «inepto e imbécil» a Fernando Simón, médico epidemiólogo y portavoz del ministerio de Sanidad. Que sea habitual que lo insulte no significa que debamos considerar normal que lo haga. Por su parte, Trump incita a los estadounidenses a oponerse a los confinamientos marcados por los gobernadores de cada estado... ¿A qué normalidad anhela volver este personaje, a la de hace meses o a la de hace siglos? Contribuyamos entre todos a crear una nueva que verdaderamente lo sea. El espejismo en el que vivíamos no tiene camino de regreso. ¿Qué normalidad añora el monstruo que escribió «rata asquerosa» en el capó del coche de una doctora?

He visto de nuevo Los mejores años de nuestra vida, obra maestra de William Wyler sobre los problemas de inadaptación de tres excombatientes, tras finalizar la II Guerra Mundial. Mal pueden adaptarse a la cotidianiedad de antes quienes ya no son los mismos. Tras una guerra, la única Ítaca a la que regresar es al amor; después de la pandemia, frente invisible pero con víctimas reales, también. Sí, ¿a qué normalidad queremos volver cuando esto acabe? A lo mejor ya llevábamos desde hace mucho tiempo mascarillas y guantes, sin darnos cuenta.

Estoy leyendo una biografía de Hirohito y otra de Unamuno. No consta que el emperador japonés nos visitase en su gira europea, sí lo hizo en varias ocasiones don Miguel, como en 1911 para participar en unos juegos florales durante las fiestas de San Juan. Las de este año acaban de ser suspendidas, como era previsible. El ilustre vasco se marchó sin degustar las patatas Blas, normal, pues aún no estaban inventadas. Sin embargo, hubo de quedarse prendado de la Catedral… nuestra prodigiosa normalidad. Quedémonos en casa y aprendemos a ser mejores seres humanos. Es decir, más normales.

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