Diario de León

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Escandaloso, le dijo Cuerda. No en el buen sentido, sino más bien por la puntería creativa que había demostrado poseer lanzando ese superferolítico dardo —lo que hacía como nadie— a todo el que, a su sano, elocuente y alejado juicio, merecía sentir el metal puntiagudo clavarse en sus carnes. A veces, no dejaba títere con cabeza. Francisco Umbral era un auténtico Rolling Stone. Un 28, como hoy, de un verano de hace casi trece años se escapó, sin poder evadir al siglo XXI. Son 4627 días de un adiós mayúsculo. Ahora, no llevamos ni 50 encerrados y, como la apatía entre estos números, está tan lejos, ya de nosotros, nuestro Keit Richards español... Compartían cuchillas afiladas, de cuerda y papel. Pero a pesar de todo, prevalece un lazo viejo que nos une, salvando cualquier distancia y desgajando toda separación lógica posible; y resucita la pluma del maestro hasta el momento actual. El escritor debió descubrir muy pronto tal nexo.

Pues José Luis Cuerda sugería, en una crítica rebosante de erotismo, que el libro La noche que llegué al Café Gijón era escandaloso por entrar a la clase política como el torero que encara al bicho. Previamente, el periodista había contestado a Francisco Ynduráin que había mucho «escritor plano». Y todo comentario fluía de un libro que pudo haberse llamado Crónica de la mediocridad. «No ocurre que todos los que se mueven en el libro sean personajes mediocres, no;» apostillaba el rey del matiz; «la mediocridad estaba en la época, una mediocridad política y cultural». El puente, el agujero negro temporal que nos escupe directamente al 78 y viceversa, es la mediocridad. Aunque en aquel país todavía se formulaban preguntas de hasta varios minutos, y los políticos tenían que contestarlas de cuando en cuando. La mediocridad vaga hoy serpenteando lado y lado del barco, que parece estar atisbando el iceberg, y arranca un vómito que antes apestaba a arcadas de una mediocridad política y periodística inédita.

Antes se le podía tirar los trastos a Lola Flores en directo, like a rolling stone…. Y previamente haberle dicho que el horóscopo lo hacía el más tonto del periódico. Ahora no hay lugar para la prosa, para el arte y para la verdad. Un triángulo pilar en la perfección de las ciencias políticas y comunicativas. El medio, la vocación y el oficio.

Antes uno recriminaba de frente a una nación. «La gente no se merece la verdad, nadie se merece la verdad, ¿cómo voy yo a vender la verdad? Hay que salir con la mentira por delante a la calle».

—Paco, Paco, que te calientas. Deja la navaja —y la enfundaba, con elegancia—.

Ahora… ¿Estarán, todos los hombres y mujeres que ocupan las más importantes camas de esta UCI nacional, escuchando el soplido de Umbral sobre sus nucas? ¿Desde cuando? Porque yo ya ni sé qué es mentira o verdad.

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