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Si hay una provincia que entiende de ruinas es León. De derrumbes y escombros la provincia puede dar lecciones magistrales. Hay ruinas monumentales desde la época de Roma hasta ahora. Ahí van apareciendo los vestigios del campamento romano y ahí tenemos la ruina de la azucarera Santa Elvira, un edificio industrial del primer tercio del siglo XX, esperando tiempos más dulces. Los monasterios abandonados también abundan en este vasto territorio de lo que fue el noroeste de Hispania y es el centro del noreste de España. De las ruinas del monasterio de San Pedro de Eslonza, en el municipio de Gradefes, un obispo de Orihuela con mando en León y sillón en las cortes franquistas, Luis Almarcha, sacó la portada de la iglesia de San Juan y San Pedro de Renueva en la capital leonesa. En aquellos tiempos, el mundo rural ya se daba por liquidado. Y las piedras, al igual que las personas, se veían con más aprovechamiento en las ciudades. Un día llegaron a lo que quedaba del cenobio en Santa Olaja de Eslonza las animosas gentes de ProMonumenta y se pusieron a quitar hierbas y limpiar piedras. Andando el tiempo, los munícipes y otros gobernantes vieron que era bueno arreglar la ruina para generar una ruta de monasterios y animar el turismo rural en la comarca. Con la joya mozárabe de San Miguel de Escalada, el impulso a la recuperación de Santa María de Sandoval y la vida en clausura de las cistercienses de Gradefes la excursión, a la sombra de las hermosas choperas y con la panorámica de los campos de cultivo, es un lujo desconocido de esta España interior vaciada. Hace dos meses, aunque nos parezca que fue hace un siglo, se inauguron las obras de restauración de la ruina. El estudio leonés Rodríguez Valbuena Arquitectos acometió un proyecto similar al que hace casi 35 años rescató del olvido y la maleza a las ruinas del monasterio de Santa María de Carracedo.

Comprar unas zapatillas o un juguete que se fabrica a miles de kilómetros sale caro a la salud y al planeta

Frente a las corrientes historicistas que abogaban por reconstruir los monumentos perdidos, se imponía una tendencia que venía deItalia -todo se contagia- y que abogaba por respetar la mella del tiempo y el olvido. Congelar las ruinas. Ayer, la provincia salió animosa y ordenada a disfrutar del aire fresco, del sol esplendoroso y los nuevos horizontes, más allá de la pared de la habitación y el balcón de enfrente. Sienta bien recuperar un poco de libertad. Poco a poco recuperaremos también la conciencia de una realidad que ya castiga duramente a muchas personas. Cada día, cuando salgamos, notaremos algún signo de por qué ya nada puede ser como antes. A no ser que queramos volver a estar en el confinamiento en octubre. La economía tiene prisa por calentar motores y volver a la vida de antes. Pero hay que abrir nuevos horizontes si queremos que el virus y otras amenazas ambientales y biológicas no vuelvan con fuerza. Comprar unas zapatillas, un paracetamol o un juguete que se fabrica a miles de kilómetros al otro lado del planeta sale muy caro. A nuestra salud y a la del planeta. El todo a cien que nos inyectaron en los años 90 del principio de la burbuja ha sido un virus devastador inyectado en nuestro modo de vida como una droga. El ansia por comprar al ‘mejor’ precio nos ha devorado. La crisis ha sacado a la luz a muchas profesiones olvidadas y mal pagadas ligadas a los cuidados de las personas y de las ciudades. Y también a un sector primario que ofrece sus productos locales frente a la vorágine de la globalización. Como hay que sacar el coche del centro de la vida y de la ciudad. Ayer salimos a la calle y respiramos aire fresco. Vimos nuevos horizontes. Y ahora, cada día, tendremos que empezar a recomponer la ruina. Sería suicida querer reconstruir piedra a piedra el viejo edificio demolido. No es el tiempo de Luis Almarcha. Estamos en la era poscoronavirus.