Ogni speranza
Toda la raza humana piensa y habla de lo mismo, de la muerte de tantas cosas que se están matando a cada instante en esta película en la que nos metieron a todos de extras y a millones de carne de cañón. Atendemos todos a lo mismo, fenómeno insólito, jamás se vio, pero ¿seremos capaces de aprovechar esta nueva conectividad?, preguntó Sócrates en el chat repolludo que nos traemos. Porque por primera vez la humanidad está atenta a un tema común sin tratarse de una guerra global, unas olimpiadas o un crujir del suelo como al caer aquel asteroide que estofó a los dinosaurios bajo cordilleras enteras que se daban la vuelta.
Por 10 euros el Oráculo de Pedrún te manda augurios o visiones (al teletrabajo se tiró el muy ladrón); a Peláez le mandó algo que atufa a homilía más que a auspicio (le quedan tics de tanto seminario y sotaneo): La unión -conectividad- viene cuando hay un enemigo común. Ahí lo tenéis. Aprovechad la ocasión y trabad los lazos a que os obligue la masacre de este virus. Esta vez podréis uniros a cualquier hombre, pues por primera vez el enemigo que os une no es otro hombre ni un país o religión, sino un bicho sin rostro, espejo de vuestra codicia, que podría ser vuestro escarmiento y vuestra escuela si quisierais idear y hablar un nuevo idioma necesario. Pero volveréis a lo conocido y lo hablado, «moro viejo no aprende lenguas ». Perded la esperanza. Vuestro estilo de vida y valores son una cárcel de la que no se escapa uno si entra en ella como esclavo por propia mano. Os lo puso Dante en la puerta de su Infierno, Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate , dejad toda esperanza, vosotros que entráis .
¡Lavirgen!, ¿y por eso os pule 10 pavos ese zumbao?; no entiendo cómo sois tan idiotas, tecleó Sócrates. Y le atajó Peláez: Pues bien que afinó aquel día que empalideció el tío al tirar al tapete las tabas y los guijarros y tuvo que decirle a Isabel Carrasco que debía temer seriamente por su vida... y a ti, mi cínico y estoico Sócrates, se te heló el reír justo una semana después .
Ese Oráculo se hará de oro, pero el oro ya no valdrá nada, rebulló Sócrates.