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No creo que el título de meapilas quepa entre los que uno se haya ido ganando y lleve pegados al culo de su fama, pero me lo ganaré a gusto si digo aquí que no me parecen mal los capellanes en los hospitales (públicos, se entiende, porque en los privados ya vienen haciendo de su capa un papa o de su lino un rabino), curas en bata blanca (discreta en un mar de batas) acudiendo al pie del doliente que le reclama para otra medicina que no figura en el plan clínico del paciente y que ni psicólogos ni neurólogos se atreverían a negarle su eficacia paliativa. Añádase a este  derecho del paciente  su parejo en otras confesiones: pastor luterano, imán, pope, obispo vegano o bruja piruja con licencia... no vayamos a cagarla otra vez discriminando credos, que la cosa no es más lío y gasto que un derecho universalmente reconocido como el de abogado de oficio, ¿o acaso estos pacientes no lo están necesitando en esas sus postrimerías ante su terrible Juicio Final?, y entendiendo que ahí solo cabe de letrado asesor un cura en el caso de la mayoría que se dice católica en España, aunque también pueden pedirlo quienes no lo sean, pero que en ese trance se agarrarían a un clavo ardiendo, a las barbas del Profeta, al ciruelo de Krisna hare-hare o al chocho de Pacha-Mama.

El capellán del Hospital de León contó en este periódico el drama oculto (lo ocultamos con la disculpa de no agravar más la cosa) de los cientos de pacientes que desfilaron y desfilan por allí, no pocos a una muerte inevitable y solitaria royendo ya en su rincón hospitalario el silencio crudo del sepulcro y el pavor al vacío, sin una mano cerca, sin una voz familiar que le acaricie el oído en su salida apaleada de este mundo. Al menos algunos tuvieron charla o tiempo de últimas voluntades, si había fuerzas, o si flaqueaban, unos rezos de un capellán al que, gracias a su fe, podrán imaginar abriéndoles las puertas a la escalera celestial mucho mejor que si lo hace un celador o el cardiólogo jefe, por muy del Opus que sea. Un alivio capellán es también impagable, anótelo el contable de las tijeras.

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