Diario de León

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Pocos arranques de una novela me han emocionado tanto como este de César Gavela en El puente de hierro , que habla de Ponferrada, claro, y en 1998 obtuvo el Premio José María de Pereda. Me salto las primeras líneas para ir al grano por falta de espacio:

«Una bandada de pájaros. Las montañas del sur, veteadas de barrancos morados. El rumor creciente de las máquinas. Un grupo de obreros en bicicleta esperando en el paso a nivel. Los vagones viejos, astillados, abandonados en vías muertas. Los depósitos de agua, altos y redondos taburetes de gigante. Un dique de arena. El silbido de la locomotora, que ya comenzó a frenar. La estación término. Un reloj verde con el cristal rajado. Los carros de los maleteros. Los últimos, lentísimos, metros del viaje. Un hombre que vende bastones de caramelo. El humo final, más blanco, casi corpóreo».

Me recuerdan estas líneas, que tanto me enseñaron en su momento a describir de forma sencilla un escenario a lo que Gregorio Esteban Lobato, el hijo de un fundidor que trabajó durante veinte años en los talleres generales de la MSP, escribió hace unos días para avisarnos de que estaba cerca el cuarenta aniversario del último viaje del tren correo entre Ponferrada y Villablino. Fue un 10 de mayo de 1980, el andén olía a briqueta quemada, se notaba fresco al entrar el vestíbulo de la estación y, mientras un fogonero atiborraba la locomotora de carbón y el factor tocaba el silbato para anunciar la salida del tren del mediodía -con los sacos y los cestos, los baúles, las garrafas, y las jaulas de gallinas almacenadas en el vagón de cola- en el quiosco vendían regalices, rosquillas y chicles de perrona. Aquel fue uno de los últimos trenes de vapor, del que tiraba la locomotora 31, que transportó viajeros en Europa.

Cuarenta años después ya no se ven en Ponferrada aquellos jardines de antracita, aquellos setos de escoria de los que hablaba Gavela. Tenemos un Puente de Hierro, más bandadas que nunca de pájaros y, seguro, niños que fuman a escondidas tras la empalizada de un huerto (en pleno confinamiento). Contemplamos las mismas montañas del sur, veteadas de barrancos morados, y otra vez circulan obreros en bicicleta. Pero hemos perdido el tren correo. Seguimos esperando a que la 31, recuperada, vuelva a silbar.

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