Escrita con tiza
A veces, al escribir la columna te queda fuera una idea, un gag, un destello… La férrea maqueta no permite pasarte ni quedarte corto. Es, pues, indispensable la criba. El pasado viernes les hablé sobre la enseñanza en tiempos de pandemia, que, a mi entender, debe ser entendida como mucho más que temario: educación en valores. En definitiva, convertir el revés en oportunidad para crecer. Pero me quedó fuera un recuerdo, al que no quiero renunciar. Aquí va: en un curso del Bachillerato dejé en blanco un examen final. Días después, el profesor antes de despedirse de la clase nos comunicó que nos deseaba lo mejor y que todos habíamos aprobado: «también ese —sin delatarme— que ha dejado el examen en blanco, al que pido perdón si no logré enseñarle nada. No olvide nunca que esto no es un regalo». No me llamó aparte ni me abordó en el pasillo, pero sus palabras, aún más que el cinco inmerecido, las llevo en mi corazón. Y como el soldado Ryan de la película, aún hoy tengo la necesidad de sentir que no he sido, o no del todo, indigno de aquel voto de confianza. En días pasados se lo conté a un amigo catedrático universitario. «¡Qué gran profesor hubo de ser!», concluyó. Escribo esto no para pedir aprobados generales, sino para insistir en que formar es educar. Aquella generosa decisión suya me hizo sentir en deuda con algo que no ha prescrito ni prescribirá nunca en mí: la confianza en la autocrítica. Es decir, me educó. Si bien, rompiendo lo establecido.
Ayer, como homenaje a su figura, vi la primera versión de Adiós, mister Chips (1939), la historia de un profesor bondadoso. Dos frases: «Si le da a un chico sentido del humor y sentido de la proporción podrá enfrentarse a todo», argumenta al director. Y otra, esta dicha por una mujer que ha perdido a su marido —exalumno de Chips— en la guerra: «¿Volveremos a creer que tenemos la felicidad asegurada?».
Gracias, de nuevo, querido profesor. ¿Vive? ¿La existencia le ha devuelto lo mucho que nos enseñó? ¿En su ancianidad se siente feliz y en paz o, ay, zaherido por el desengaño? No recuerdo ya su apellido, perdóname, solo su nombre…y aquel aprobado, con el que me impartió una última lección particular, escrita en mí con tiza imborrable.