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La cansina desescalada en marcha está siendo ciertamente asimétrica, y no tanto en su plasmación territorial como en su geometría puramente política. Véase por ejemplo la disparidad existente entre dos comunidades autónomas, como Madrid y Castilla y León, que sobre el papel tendrían que recorrer en sintonía la senda hacia la llamada «nueva normalidad».

Aparte de ser vecinas, o precisamente por eso, ambas se han visto especialmente atacadas por la pandemia, y las dos están gobernadas en coalición por PP y Ciudadanos. Y sin embargo, su realidad política no puede ser más asimétrica. En Madrid, los coaligados andan a la greña entre sí y a la vez conjuntamente en guerra contra el Gobierno Sánchez. Todo lo contrario que en Castilla y León, donde no se observa la menor fisura en el gobierno bipartito, la Junta está graduando la desescalada de común acuerdo con el ministerio de Sanidad y está en ciernes un gran pacto de comunidad para afrontar desde el consenso la cruda realidad que tenemos encima.

Ocurre que mientras Isabel Díaz Ayuso se ha constituido en ariete de la estrategia de acoso a Sánchez impulsada por Casado, los demás barones autonómicos del PP con responsabilidades de gobierno no están por esa labor. La pandemia ha puesto de relieve las dos almas que conviven en el partido, con perfiles tan distantes como el de Cayetana Álvarez de Toledo y Ana Pastor, al tiempo que, sin salir de Madrid, el alcalde Martínez Almeida se guarda mucho de secundar la atolondrada deriva de la presidenta de su comunidad.

En la pandemia ha encontrado Inés Arrimadas la ocasión pintiparada de desmarcarse de la foto de Colón y de la escalada frentista que estaba sumiendo a su partido en la absoluta irrelevancia. A la lideresa de Cs le ha bastado con apoyar una prórroga del estado de alarma para sacar a la formación naranja del marasmo en que se encontraba. Un movimiento simple pero de gran calado con el que Cs, sin amenazar sus acuerdos de gobierno con el PP en comunidades y ayuntamientos, ha recuperado la autonomía política perdida, en este caso para ejercer una oposición nacional útil y responsable. Ironías del destino, la dinámica política ha llevado a Arrimadas a aplicar la estrategia propugnada por el sector crítico que aglutinó Francisco Igea.

La resituación del partido naranja, abierto asimismo a negociar unos Presupuestos del Estado de emergencia, abre la expectativa sobre una posible geometría política variable con posibles acuerdos parlamentarios a distintas bandas según para qué. Ello conformaría un nuevo escenario político menos polarizado en el que el independentismo catalán dejaría de tener el mango de la sartén de la gobernabilidad. Y eso sí que sería todo un alivio ante el panorama que nos espera tras la desescalada.