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La puerta se nos trancó por dentro sin que hubiéramos podido apoyar todavía el pie en el estribo que ofrece San José en el calendario para tocar el cielo. El confinamiento nos hurtó el deleite de reinterpretar la trasterminancia de nuestros abuelos para convertirla en el péndulo que marca el hálito de vida al que se arrima el mundo rural. La vuelta al pueblo, cuyo ciclo vital orbita entre el postigo que abre el carpintero y la doble llave que echan Todos los Santos para dejar en paz el cementerio, se retoma ahora que a la primavera le quedan apenas dos acantos por verdear. La explosión de vecinos puebla un paisaje en el que nos encontramos con la huerta por arar, la poda retrasada y el tiro de la chimenea indiscreto a última hora de la tarde, cuando refresca, para desvelar que, al fin, hay alguien en casa. Hemos vuelto, ahora que nos dejan, con las heridas de haber perdido el amanecer de los capilotes en los lienzos de las camperas que abre el valle de Riosol, los cadozos en los que se despereza al sereno el río cuando abre la veda y las olas en las que se acuna el centeno cuando silba al atardecer el vientín sobre el mar de los Oteros. Guardamos las postales para otro año, mientras hacemos memoria de los que ya no podrán ponerles nombre en el margen, y enfocamos la vereda que dibuja junio delante de nuestra sombra para que hallemos el rumbo.

Aunque los rastros quedan en los meses que perdimos. En todas las semanas que pusimos la vida en cuarentena, con el presente convertido en una pantalla por la que discurría la realidad que creíamos de ciencia ficción, están las señales de las que prometimos aprender. Podemos empezar con la recuperación del mundo rural. No como un souvenir, ni un debate de moda, ni un parque temático de fin de semana y vacaciones, sino como un espacio que ha demostrado su resistencia, su valía como fábrica de alimentos y su sostenibilidad en medio de la crisis más importante del último siglo. Los pueblos, que han servido de refugio de fuga para muchos de los que traducen las boinas como paletos, se presentan de nuevo en el escenario para mostrar que son feudos de productores. Tienen mucho que ofrecer de lo que consumimos a diario con etiquetas ajenas y presentan oportunidades de negocio que siempre vemos fuera. Sólo hay que buscar la marca de León. No hace falta ir tan lejos para encontrar nuestras huellas.