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Todos necesitamos lo que ahora se ha venido en llamar zona de confort. Hasta los ‘sintecho’ buscan cada noche el rincón que les ofrece más garantías. Lo saben bien en los centros sociales donde les dan refugio. O más bien les aportan ese respeto que tanto precisamos todos. Porque al final, todo se basa en esa necesidad primaria de sentir seguridad.

Por eso, en esos centros de ‘primera línea’, tampoco esperan grandes cambios que les afecten con esas rentas sociales que ahora alcanzan el telediario estatal pero que llevan años en marcha en muchas autonomías. Ahora urgen respuestas eficaces para las tragedias familiares que deja el Covid-19. Pero las cosas no se cambian con una paga. En dichos centros saben bien del ciclo vital de quienes las cobran—a veces con auténtica ingeniería de empadronamientos y alquileres— para retornar al octavo o noveno día a por ayuda porque el desorden de la enfermedad mental, el alcohol, el juego… les hacen incapaces de llevar lo que los clásicos llamarían una vida ordenada.

Escribo esto en mi refugio. En mi casa, con el corazón encogido al recordar a Raquel, una mujer a la que nunca vi pero que sé que pelea por sobrevivir en el Hospital. Sin prejuzgar una causa por la que el político Pedro Muñoz ya está en prisión, temo que lo visto estos días evidencia que todo está por hacer. Y no hablo de subvenciones ni de campañas informativas. Sabemos de más de qué va todo esto. Se basa en poner el cascabel al gato.

Cuando el Diario de León publicó la semana pasada lo ocurrido el silencio fue muy abrupto. Ni los colectivos de las autollamadas activistas dijeron nada. Se vivió una vez más el terrible escaqueo de los cómplices por omisión. El de los vecinos o familiares que se van a la cama para no oír los gritos de quien es tan paupérrima que carece hasta de un refugio seguro.

Ayer me pasaron una de las pocas reacciones a la noticia del Diario. Salió de uno de esos chiringuitos abonados con dinero público que sirven para confundir la información libre y profesional: ««Sensacionalismo de la peor especie, propio de malnacidos que ante una situación tan delicada primero disparan y después preguntan. Más grave aún sabiendo cómo se las gastan las redes sociales: basta una mera insinuación malintencionada para que los energúmenos organicen un linchamiento».

Cuando ayer mi director leyó la columna seguro que se mosqueó. No le gusta que se le dé pábulo a esas gacetillas que malviven con tres likes para cobrar la subvención. Hoy me lo dirá. Adelanto la disculpa, jefe. Raquel lo merece.