Mucho resentimiento
No son días perdidos. Estos son días aplazados, como los actos públicos al principio de la cuarentena, a los que con bastante optimismo se emplazaba a la gente para una fecha futura que ahora ya es pasada. Vamos a tener tanto que sentir juntos, cuando esto acabe, que se nos van a agolpar en la cabeza risa, llanto, felicidad, desconsuelo, convirtiéndonos en seres hipersensibles y tal vez ridículos, como decía Pessoa que eran todas las cartas de amor. El debe y el haber emocional están tan descompensados que vamos a ser bombas andantes. Porque la teleatención que nos proporciona la tecnología es un sucedáneo. Entra por la ventana abierta la risa de alguien y el corazón se va con ella, quiere seguirla, echarse a la calle para darle un abrazo a esa alegría desconocida. Un abrazo de siete u ocho Mississippis, en el que abarcar a todos aquellos a los que añoran nuestros hambrientos ojos cuarentenados, llenos de ganas de volver a verlos.
La prueba de que no nos acostumbramos a este día a día de horas repetidas y minerales es que ya no se sueña con ser otro, sino con volver a ser nosotros y a ser en los otros. A recuperar nuestra normalidad hecha de rutinas grupales y a estar con otros, no como situación, sino como condición, porque somos animales sociales. Habitamos y nos habitan. Más aún nosotros, los mediterráneos, que nos tocamos, besuqueamos y acariciamos casi por cualquier motivo. Pienso que tendremos que «resentir» estos días de no rozarnos ni expresarnos con gestos, apretones o mimos, volver a sentirnos y a sentiros, celebrar la primavera aunque sea con una economía de invierno. Tardaremos, es probable, pero volveremos a vivir como antes, a mirar sin desconfianza, a entrechocar las mejillas y a bailar agarrados. Y hasta a buscar la soledad, los solitarios, que no tiene nada que ver con la obligación, sino que es una devoción del alma.
Vamos a recibir un oleaje de sentimientos demorados llegando en tromba cuando pisemos por primera vez más allá de nosotros mismos en plena libertad, cuando alguien nos golpee confiadamente en el hombro, cuando por fin volvamos a percibir el calor de otra mano sobre la nuestra. Una tormenta de emociones contrapuestas que será abril pero tras la que, como lo ha hecho siempre, también brillará el sol del verano. Se apaciguarán nuestros sentires poco a poco y volveremos a nuestro ser. Iguales y distintos. A ser en los otros, como entonces.