Diario de León

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Nadie puede negarlo, vivimos en un mundo eminentemente individualista, donde cada uno va a lo suyo. Entre tanta prisa y tanto quehacer queda poco tiempo para lo importante y mucho menos para los demás. Pero resulta que en estos tiempos modernos aún hay restos de buenas costumbres por algún rincón, pese a que no es lo habitual.

Me pregunto qué pasó con las facenderas, esa forma de arrimar el hombro entre los vecinos para dar solución a un problema común del pueblo. Un reflejo de que, al menos antes, la conciencia social se extendía más allá del ‘yo’ y mis asuntos. Otra manera de relacionarse dejando el ego a un lado —el egocentrismo es otra de las enfermedades de este mundo llamado moderno— para abordar las cosas de todos.

Supongo que las facenderas se fueron con las vidas que abandonaron los pueblos y en la España vaciada tampoco queda nada para ellas. Se fueron huyendo, como casi todos, hacia algún lugar, aunque no pusieron rumbo a la ciudad, desde luego.

No he tenido la suerte de haber vivido las facenderas. Yo nací en otra época y en otro lugar en el que se esperaba que fuera otro el que arreglase nuestros problemas. Reclamar a las instituciones que hagan algo y ponerse a esperar es también muy de hoy en día. Y así uno se puede hacer viejo esperando, aunque sea cierto que las instituciones tampoco cumplen con sus asuntos como es debido. Allá cada uno, pero a mi me admira esa capacidad de arrimar el hombro de las personas.

Aunque no he vivido las facenderas, sí que ha admirado el resultado de su trabajo. Lo he visto hace bien poco en La lechería La Popular, en Sosas de Laciana. Un lugar que volvió a la vida gracias a esta admirable forma de ‘facer’ las cosas. Del olvido, ha pasado a convertirse en un rincón lleno de historia en el que conocer cómo se hacía la mantequilla con la simple y poderosa fuerza del agua. A pesar de su reducido espacio, aquí se puede conocer de cerca la elaboración de algo tan tradicional. Y ha sido posible gracias también a esa facendera que ha recuperado el lugar. Quizás no nos vendría mal recordar cómo se hacían antes las cosas. Una buena lección para tiempos modernos.

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