Un gran negocio
Hoy se acaba todo. El holocausto provocado por la minería en León nunca se ha analizado, puede que porque la hecatombe avergonzaría demasiado. Las minas que sepultaron la vida de hombres, mujeres y niños yacen en la ruina y ayer comenzaron a desmantelarse las dos centrales que evenenaban el aire. Los últimos dos siglos en León han estado protagonizados por la muerte, tanto que para los habitantes de las cuencas la cúpula celeste siempre estaba cegada por la bocina del rebato, el incienso mortal del grisú, por los encierros en el vientre de la montaña, por la tristeza de saber que la nada estaba siempre a punto de tragarnos.
Se han cerrado las últimas centrales de carbón de la provincia y ya sabemos que aquí no habrá transición y mucho menos justa. La justicia es una idea escurridiza para nosotros. Todo ha sido mentira. Hace cuarenta años empezamos a oir hablar de la reconversión del carbón. Todos nos implicamos en esa gran falacia. Unos y otros se aprovecharon de proyectos falseados, de subvenciones pervertidas, de promesas desviadas hacia tierras cuyas cuencas no son más que un páramo travestido por la riqueza de los que mandan.
Pide Carriedo un plan por el cierre definitivo de las minas. No hay dinero para pagar cada una de las vidas consumidas para dar energía al resto de España mientras enterraban la provincia en el desdén y la miseria.
Me pregunto por qué Castillaleón es la comunidad más perjudicada en el reparto de esos fondos europeos que aquí siguen sin llegar, que nunca lo han hecho, perdidos entre el ocio y el negocio de quienes no se orientan en la sima del tajo. Los hubo, también, que utilizaron la linterna de los cascos para cegarnos ante pretensiones poco presentables. Hay carreteras levantadas sobre la brea roja de miles de mineros, hombres, mujeres y niños que ni siquiera están contabilizados. No les olviden cuando las visiten. No son un espacio físico. Esas calzadas son un momento de la historia que no se puede olvidar, aunque la desmemoria es un gran negocio.