Los biciclistas coronan el bar
Ojo y cuidao con el curro que se han pegado las tiendas de bici desde que se empezó a poder salir a hacer ejercicio. Bicicletas inglesas, plegables, playeras, motorizadas
—los chulitos de las eléctricas subiendo Las Lomas no cuentan—, de enduro, de descenso, cross country, fat bike, E-bike, de pista, fixies, BMX... Fíjate si la muchedumbre se ha tirado a los trasteros a rescatar sus ciclos de las telarañas y el polvo que hace un par de domingos eran las doce y media de la noche y un tipo seguía en su tienda, trapa bajada, luz encendida, y arre que te arreglo... A hacer billetes. En este punto cabe destacar/recordar que las lorzas de cinco años no se bajan en un confinamiento. Ni tampoco la agilidad es imperecedera, y las hostias que se han visto por ahí van de la tragicomedia a Saw V. Lo han petado tanto que en el camino de La Candamia pusieron un semáforo y a un agente a dirigir el tráfico: prioridad para los rapaces jóvenes, que los puretas forman unas caravanas... Hasta carreras ilegales se veían por el barrio, pasadas las once de la noche, de «a ver quién tarda menos en dar la vuelta a la manzana». Aunque a diferencia de A todo gas, en vez de dar el pistoletazo de salida una tía buena, lo daba El Dandy de Barcelona, purito en boca y en culotte. Nació también la oportunidad para algún espabilado que se puso a comprar en los desguaces para dejarlas bonitas y venderlas después bajo un mote cualquiera en wallapop. «Es una joya», anunciaba el listillo, tirando el anzuelo a algún comprador cándido.
Todo era deporte, disfrute y emoción —y dinero—, hasta que se pasó de etapa y abrieron los bebederos. El titular nacional de ese día inolvidable fue: «Los biciclistas coronan el bar». Porque ciclistas poco. Y porque puerto más duro de alcanzar que ese no ha habido jamás en la historia, que lo sabe hasta Induráin. Entonces salieron los grillos a conquistar los grupos de Whatsapp que se crearon para fines ahora obsoletos. «¿Alguien sale hoy?». Si había respuesta, era la foto de un cañón y su tapa, seguida de: «Dale caña y manda fotos». Que la caña buena ya la toman por ti. Benditos bares. Cuánto bien han hecho por la sociedad española y cuán perdidos estábamos sin ellos... Así concluyó la fiebre de los velocípedos y comenzaron a llegar los pedos, cerrando un capítulo épico para los leoneses de bien que, en un intento de convertir la ciudad y el extrarradio en un pequeño Amsterdam, volvieron a sentir el viento peinar sus calvas bajando el Portillín a 45 kilómetros por hora; a cambiar ruedas, cuadros y cubiertas; a echar aceite; a mancharse las manos de color carbón; a apretar las tuercas; al dolor de nalgas y, en más de una ocasión, a besar el suelo. Así que cuando disfruten de nuevo sentados en las terrazas, recuerden que el que toma el cacique cola en la mesa de en frente pudo ser uno de aquellos valientes corredores de élite. Respect.