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Se ve por las calles de Madrid a la gran mayoría de la gente de toda edad y condición pegados a su mascarilla como si la hubieran llevado de toda la vida. Por Bilbao, exactamente igual. Atravesando medio país por la ruta de la A1 que va saltando de Vitoria a Burgos, de Burgos a Aranda, a Buitrago, Alcobendas y la Puerta del Sol, el paisaje es de una increíble disciplina asiática. No hay gasolinera, bar de carretera, restaurante, restop, terraza, tienda de moda, panadería de barrio, donde no se cumpla estrictamente con la obligación de llevar mascarilla. En los garajes comunitarios, en los ascensores, en los lavabos. Este país desmiente a cada paso su mala fama de ácrata mediterráneo. No somos Corea del Norte pero dudo de que ellos sigan más disciplinadamente las órdenes de la superioridad. Hemos estado casi cien días encerrados. El equipamiento de protección ha ido extendiéndose por todos los sectores. Mamparas instaladas hasta en el más pequeño estanco de pueblo, en la carnicería del barrio, en los servicios públicos. Para qué hablar del terreno sanitario, del mundo del espectáculo y del agujero negro de las residencias. Ahora todo parece blindado contra la pandemia. Y, sin embargo, la temible palabra: rebrotes, está más presente que nunca. No sabemos qué pero algo se nos escapa. Pueden ser los aeropuertos, pueden ser las fiestas ilegales clandestinas, puede ser la mano de obra que no se ve. La inmigración ilegal no se puede ni mencionar porque viene el ministro Marlaska y te atiza una de xenofobia que te dobla. Pero estar, está ahí. La paradoja dramática es que el miedo o la prudencia nos está dejando una economía de guerra, o de posguerra y que, sin embargo, no es suficiente para garantizarnos la seguridad y la salud. Esto está lejos de haber acabado. «Es la dura realidad», ha dicho el jefe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) con esa mirada de cenizo que nos persigue desde hace meses. Están apareciendo nuevos empleos que nunca hubiéramos imaginado. Policías del virus para rastrear, detectar, detener si es necesario a los contagiadores cero. Especialistas en limpieza y desinfección. Testadores con la barrita de algodón en ristre. Proveedores de comida a domicilio que te pueden llevar unos percebes o unas patatas a la riojana con tal de que no te muevas de tu hogar. Esto tiene mala pinta. Tiene pinta de ir para largo. De que esto de la mascarilla, los guantes, la distancia, los abrazos rotos y las misas en familia, han venido para quedarse. Ya no se habla del tiempo, se habla de rebrotes, segunda ola, confinamientos parciales, asintomáticos. Es mejor estar preparados para lo peor, por si la suerte y la ciencia nos empujan a un horizonte mejor.