Todo pende de un hilo
La verdad es que la vuelta a la mal llamada nueva normalidad pende de un hilo. Depende de que el personal asuma que el virus sigue suelto y que por lo tanto, para evitar los rebrotes, hay que cumplir con la normas elementales de protección. Pero después de tantos días de confinamiento y ahora con la llegada de turistas será muy difícil, por no decir que milagroso, que se respete la distancia social y se eviten las aglomeraciones. Basta con repasar las imágenes televisivas de las playas para anticipar que vamos a tener problemas. Respecto de la vía libre a la llegada de viajeros procedentes de otros países —una medida dictada por la necesidad objetiva de reanudar la actividad económica en un sector como el turístico que en 2019 generó el 14,6% del PIB y dio empleo a 2,8 millones de personas— no deja de ser, una decisión arriesgada. Italia, país turístico por excelencia, ha optado por la prudencia y mantiene las medidas de cuarentena.
Es cierto que el miedo a posibles contagios no puede paralizar el país. Pero la vuelta a la normalidad será un éxito sí se asume como una operación en la que la clave es la responsabilidad individual. Basta que en una playa o en un restaurante un desaprensivo se salte las normas para poner en peligro a cuantos estén a su alrededor. La opinión de los expertos se divide acerca del valor indiciario de las tomas de temperatura. Para algunos es un indicador valioso que enciende una señal de alerta; otros opinan que no sirve de nada porque la simple ingesta de un antipirético un poco antes de la prueba puede bajar la temperatura y enmascarar el resultado. Es un truco que, al parecer, ya se ha detectado entre algunos turistas sabedores de que al entrar en España les van a tomar la temperatura.
¿Qué se puede hacer para tener la seguridad de que quien viene de fuera no está contagiado? Lo más sensato sería que a todos los viajeros les realizaran los test correspondientes. Aplicar en los aeropuertos un protocolo de acceso de estas características reclamaría más personal sanitario y los controles derivados del proceso se traducirían en retrasos y molestias varias, pero tiendo a pensar que sería la única medida capaz de reducir el riesgo de nuevos contagios. Si las dos semanas anteriores al 14 de marzo en los aeropuertos españoles —sobre todo en Madrid, Barcelona y Málaga— se hubieran instalado este tipo controles a la llegada de viajeros procedentes de China y de Italia es seguro que no habríamos sufrido ni la mitad de contagios que se produjeron después. Si algo hemos aprendido de la pandemia es que sólo la prevención consigue limitar sus devastadores efectos. Volver a la normalidad no será fácil.