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El faltoso favorito de las señoras de ambos sexos que ven la televisión suele ser un relamido e ingenioso marica viejo (perdonadme que no escriba anciano, yo soy anterior a la Logse) al que le han dado licencia de cotorreo para insultar en directo y que suele hacerlo con bastante fluidez hasta que la cadena lo da por amortizado o algún damnificado de su lengua viperina le da dos hostias (perdonadme que no escriba yoyas, yo no vi aquella edición de Gran Hermano).

No me refiero a nadie en concreto, porque a ese prototipo lo van rotando, como digo, los índices de audiencia o las circunstancias de la vida. Pero existe y lo único que cambia es el careto y el nivel de histrionismo al que es capaz de llegar con su voz aflautada pero desagradable. Uno no sabe si ese puesto está tan bien remunerado como para que merezca la pena convertirse en el bufón del pueblo que ve la tele, pero malicio que no es eso, el poder del dinero, lo que vence vergüenzas y derriba voluntades, sino la fama, que en nuestros días ya casi es lo contrario del prestigio. Ya Ovidio nos hablaba de esa «chusma inconstante» que habita el atrio de la Fama, un hogar hecho de sonoro bronce en el que «todo retumba, devuelve las voces y repite lo que oye».

Los norteamericanos, tan amigos siempre de los extremos, incluso han puesto como presidente a un histrión televisivo semejante, a un tipo que triunfaba en la pequeña pantalla del mismo modo que aquí lo hacía el malogrado Jesús Gil, que nada más llegó a alcalde de Marbella. Es verdad que ser el presidente más poderoso del mundo no significa que puedas hacer lo que quieras, sobre todo en tu casa: los estadounidenses tienen férreos controles para casi todo y protocolos ineludibles. A Donald Trump, además, apenas le queda tiempo para nada cuando le quitas el que dedica a tuitear, que es una de sus aficiones de gobierno más arraigadas. La otra es la política internacional, sobre todo la mexicana.

Que el animador del pueblo que ve la tele se convierta en el presidente de una nación es cada vez menos extraño. Aquí le han hecho una docuserie al amo del caballo Imperioso y una ex presentadora de telediario, ya saben. En la era de internet, que iba a arrasar con todo, el poder de la televisión continúa siendo avasallador.