Diario de León

Rafael Torres

El cóctel del pinchadiscos

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El pinchadiscos que escupió a su parroquia con una mezcla nebulizada de alcohol, saliva y microbios, al tiempo que se contorsionaba y abrevaba a gollete de la botella que le proporcionaba la munición y que compartía con los circundantes, ha pedido perdón. Uno, contraviniendo tal vez los dictados de la piedad, no le perdona.

El propio escupidor en tiempos del coronavirus, que atiende al nombre de Fali Sotomayor, ha reconocido que su acción, ejecutada en una discoteca de Torremolinos y entre una muchedumbre apiñada y sin mascarillas, es imperdonable. En efecto, lo es. Sin embargo, lo pide, el perdón, y dice, como aquél rey al que pillaron matando elefantes con una amiga mientras su país hozaba en el albañal de la crisis económica, que se ha equivocado, que lo siente mucho y que no lo volverá a hacer. La pena es que ya lo ha hecho, y lo que ha hecho es una de esas cosas que, en éstos tiempos atroces, no tienen perdón.

Este Fali, la mitad del dúo malagueño Les Castizos, no se diferencia gran cosa, en su comportamiento, de la legión de irresponsables y narcisistas que va esparciendo el virus por ahí, sólo que a éste, al parecer, le pagan por ello. Es verdad que en su siniestra performance hay cierta sofisticación, pues se encarama a una mesa con todos sus tatuajes y allí, entre espasmos más o menos rítmicos, se mete un lingotazo que no se guarda para sí, sino que lo proyecta pulverizado al personal para que nadie se quede sin su ración de lo que sea.

Nada que ver, ciertamente, con la extraordinaria rusticidad del botellón en descampado o con la del tipo que lleva la mascarilla en el codo, o en el bocio, y le tose a uno encima por la calle.

Algo redime a Fali, no obstante, que tras su éxtasis de escupidera se haya avergonzado y haya hecho propósito de enmienda. Perdón no tiene, ni él ni ninguno de los que juegan con la salud y la vida de sus semejantes, pero algo es algo si se enmienda de verdad y las filas de los asociales se quedan con uno menos.

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