¡Anda, la cartera!
La frase no les sonará a los infantes en edad escolar, ni a los universitarios. Pero debería ser conocida por los ministros, consejeros autonómicos y cargos varios que en los 70 ya veían la tele. No se cuestiona aquí que la pandemia sea incontrolable, que el temor al desplome económico nos invite a teñir todo matiz posible, que en realidad no haya solución razonable y que, salga con barbas o con mantón de manila, el coste económico será difícil de asumir. Por seguir con la política de suavidad en las formas verbales.
Lo que no tiene sentido es que a unos días de iniciarse el curso escolar, que se cerró para los asuntos de aula en junio y en marzo en la práctica del estudiante, quedemos para la próxima semana (el día 27) para consensuar qué hacemos con la vuelta al cole, a la vuelta de la esquina, sin más vueltas que la imprevisión ni más previsión que la incertidumbre. Y una única realidad incuestionable: aquí hay los mismos alumnos, pero no más clases ni más profesores. Difícil dividir entre lo mismo, como aprendimos en Primaria.
El caso es que l@s chic@s no pueden seguir tocándose las narices (o el móvil) más meses, pero tampoco está claro que sea lo más razonable que se hacinen en aulas donde compartirán aquello que llevarán a casa y viceversa,...
Tan cierto como que la solución digital pasa (de nuevo) por una enorme inversión económica y humana que no puede improvisarse, y que de no ser llevada a cabo aislará en la cuneta a los pequeños más vulnerables. Intolerable e inasumible.
¿Qué hacemos pues? Las opciones son limitadas y los riesgos, en cada una de ellas, terribles. L@s muchach@s no deben estar por más tiempo sin disciplina y exigencia, pero tampoco es asumible la posibilidad de contagio. Si l@s niñ@s no van al cole los progenitores lo tienen crudo para adaptar sus obligaciones laborales (esas cuyo peligro no es menor que el de las aulas, pero está en stand by de momento en las urgencias organizativas).
Si la pandemia sigue recrudeciéndose, como amenaza día a día, el futuro inmediato no tendrá nada de normalidad. Y, puesto que esa es la única certidumbre que tenemos, a qué este agónico inicio de curso. La dejadez y la desinformación son intolerables, y el miedo de padres y educadores libre. Lo terrible es que esto se muestra como una lotería en la que la única papeleta ganadora es de nuevo, cada vez más, aislarse. ¿Qué hacer? Ni idea. No lo digo por mi. Va por el más amplio espectro de entes de toma de decisión.