El cuerno de roca
Recuerdo que el Castillo de Cornatel tenía un enorme boquete en medio de la Torre del Homenaje.
Parecía el agujero de un cañonazo estampado sobre la piedra.
Me acuerdo, claro que me acuerdo, de la montaña de escombros cubiertos de maleza que cubría el patio de armas. Del peligro de la ronda almenada. Y del abismo que se abría ante el visitante que se acercaba al farallón de roca, en la esquina más aguda de la fortaleza y sin ninguna valla fiable de protección, para contemplar el lugar desde donde se había precipitado al vacío el malvado Conde de Lemos, enemigo acérrimo del Señor de Bembibre en la novela de Gil y Carrasco.
Tampoco me he olvidado de los buracos más pequeños que alguien me mostró en algunas partes de la muralla. Huecos por donde, me dijeron, se habían colado en el castillo los cazatesoros, los expoliadores del patrimonio.
De eso hace un cuarto de siglo, yo era muy joven, y aquel castillo levantado sobre el Cuerno de la Tierra, cincelado en lo alto de un nido de águilas y envuelto en las brumas de la niebla en los días de invierno, estimulaba mi imaginación como pocos lugares del Bierzo.
Recuerdo que costó unos años llamar la atención de las administraciones con suficiente presupuesto para acometer una restauración y alertar de la ruina que se cernía sobre la fortaleza.
Recuerdo a Daniel Fernández, durante unos años alcalde de Priaranza del Bierzo, ilusionado con la asociación de amigos del castillo que había impulsado para evitar que se viniera abajo.
Y fue emocionante comprobar cómo la denuncia sobre el lamentable estado del monumento no caía en saco roto y después de aclarar, por fin, que su legítimo propietario era la pedanía de Villavieja, la Fundación del Patrimonio Histórico, participada por las cajas de ahorro y la Junta de Castilla y León, invertía más de un millón de euros en salvar la fortaleza.
Esta semana han concluido las obras de la segunda fase de la restauración. La Casa Colgante ya no se precipitará al abismo, otra vez asentada en la roca. Y Cornatel, convertida en la atalaya más fascinante del Bierzo, es escenario de conciertos, presentaciones de libros, punto de encuentro. Habría que dejar una violeta en la tumba de Gil y Carrasco para celebrarlo.