Guía del laberinto
La siempre sorprendente y cañera contra los otros presidenta madrileña aparece un día y otro en los medios y difícilmente deja a nadie indiferente. Ese es otro asunto. Lo cierto es que, dentro de sus tantas contradicciones de bulto, según soplen los vientos, decía a medidos del pasado mes algo en lo que servidor está plenamente de acuerdo: el gobierno central debe asumir el control y dirección unitaria de las medidas frente al coronavirus. Si es sincera la apreciación, mi aplauso. Si lo hace, que quién sabe, para sacudir y no ser sacudida (contra Sánchez se vive mejor), detengan, por favor, el encendido de la mecha. Ya conocen el principio de la prédica y el trigo. Se basa la jefa comunitaria en que tantas normas, según las adoptadas por cada comunidad autónoma, solo sirven para desorientar y confundir al personal.
Razón el argumento de sensatez. Y es que el ciudadano puede llegar a tener la sensación de necesidad de una guía para caminar por este laberinto. España se está convirtiendo en un laberinto. Y el ciudadano necesita casi docena y media de códigos para saber qué está permitido y no, qué horarios rigen, lista de sanciones si las hubiera, cupo numérico de reuniones, museos, conciertos, playas… y un larguísimo etcétera de recetas y casuísticas con su propio toque autonómico, faltaría más. De ahí las permanentes ocurrencias con que unos y otros tratan de distinguirse para ganar un minuto de dudosa gloria, que a veces no se mide la eficacia, convertidos en gurús de todas las pandemias pasadas, presentes y futuras. Ya me contarán si no es absolutamente necesaria esa guía para recorrer el laberinto de la vieja piel de toro. Aumenta la convicción, según parece deducirse de algunos indicadores, que determinados asuntos troncales no permiten ni experimentos arriesgados ni distingos ciudadanos. Los reinos de taifas, en su acepción de ineficacia y capricho, no deberían tener cabida en una democracia que, por moderna, ha de considerarse igualitaria.
El caso es que los políticos que deciden, que no parece que tengan «abuelita, dime tú…», convierten todo en celebraciones por lo bien que lo hacen, por lo cojonudos que son. A la política le sigue faltando el sentido de la moderación, de la mesura, y sobrando el de la desproporción, la hipérbole y el narcisismo. No pierdan de vista que gobiernan, o han de gobernar para la ciudadanía, cada día más desorientada por la falta de criterios unitarios. Bueno, de criterio, a secas.